Homilía de Mons. García Burillo en la apertura del Sínodo en la Diócesis

Saludo al Cabildo catedral, a los sacerdotes, religiosas y fieles laicos. ¡Bienvenidos todos a esta apertura del Sínodo de Obispos en su fase diocesana! Nos unimos al Santo Padre Francisco y a las Iglesias particulares del mundo que hoy celebramos este mismo acontecimiento.

Hoy comenzamos el Sínodo universal bajo el título: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Caminar ha sido la característica del Pueblo de Dios desde sus orígenes. Adán y Eva, saliendo del Paraíso comienzan el itinerario de la historia humana. Abrahán sale de su casa hacia el lugar que el Señor le señala: emprender el camino hacia lo desconocido era la voluntad de Dios sobre su familia. Moisés comienza en Egipto el largo camino de liberación del Pueblo de Dios, llamado Éxodo,  hacia la patria prometida. Los profetas recorren el camino señalado por Dios, anunciando y recordando la Alianza, que invita a todos a la fidelidad con el Señor.

Durante todo el AT el pueblo elegido camina en espera de la llegada del Mesías Salvador. Y en el NT, Jesús, acompañado por sus apóstoles, huella los caminos de Galilea anunciando a la multitud la buena noticia del Reino de los cielos. El Apóstol Pedro responde a la revelación de Dios encaminándose a Haifa, donde se encontrará con Cornelio, temeroso de Dios, quien después del bautismo, con toda su familia se incorpora a la Iglesia. Dos discípulos, el mismo día de la Resurrección, se dirigen a sus casas, camino de Emaús, acompañados por un Desconocido, que les comenta las Escrituras; los caminantes reconocen que sus corazones ardían mientras les revelaba la vuelta a la vida de Jesús Resucitado.

Caminar ha sido, por tanto, la característica del Pueblo santo de Dios. Durante dos milenios la Iglesia ha caminado, acompañando e iluminando con el Evangelio a la humanidad.  

Hoy, en los comienzos del tercer milenio, continuamos caminando, junto al Señor, en busca de una renovación eclesial. Somos invitados a experimentar la realidad de nuestra naturaleza de caminantes (synodoi) y sus consecuencias para nosotros y para la sociedad, evitando los riesgos del formalismo, intelectualismo e inmovilismo, en lugar de atender a la estructura de la Iglesia, a la realidad del Pueblo de Dios y a nuestro compromiso con el tiempo en que vivimos. Todos nosotros, Iglesia de Jesucristo en Ciudad Rodrigo, estamos en Sínodo.

La Iglesia sinodal, como nos advierte el Papa Francisco, necesita asentarse sobre tres bases: comunión, participación y misión de sus miembros.

En primer lugar, la Iglesia se fundamenta en la comunión. Sin comunión, la Iglesia es imposible. Comunión es la sustancia del misterio y de la misión, que tiene su fuente en el banquete eucarístico, donde nos encontraos con Cristo realmente presente. El banquete que ahora celebramos, realiza no solo nuestra unión, por Cristo, con las Tres divinas Personas, sino también con la humanidad, a quien también se revela por medio del Espíritu Santo. Si vivimos en comunión, podremos caminar juntos. Si no hay comunión, la sinodalidad será solo nominal y superficial.

Pero la sinodalidad tampoco es posible sin la participación externa de nuestros actos.  La fraternidad entre los seres humanos no solo es una experiencia íntima que comparte aspectos concretos de nuestra vida. Con los hermanos compartimos además nuestra fe, nuestras tareas y nuestros bienes materiales. Los pobres han de ser objeto de nuestra dedicación, y todos los seres humanos con sus múltiples necesidades.

En una Iglesia sinodal compartimos también nuestra misión. Es la razón de nuestro ser como cristianos. En conjunto, nos envió el Señor antes de partir en su ascensión al cielo: “Id al mundo entero y anunciad el Evangelio a toda criatura”. “Id” todos. Un Iglesia en salida es una Iglesia que participa conjuntamente en la misión recibida del Señor.

El Papa desea que emprendamos en este tercer milenio la tarea de transformar la Iglesia en una realidad sinodal, conforme a su propia naturaleza. En esta aventura nos embarcamos hoy en la misma nave. El Espíritu Santo inflará las velas de nuestra barca durante la travesía y la guiará hacia la comunión plena, la participación y la misión.

Los textos de la liturgia de este domingo nos iluminan y nos impulsan en el arranque del camino. Somos una Diócesis en marcha, junto a las demás Iglesias particulares, en unión con el Santo Padre.

En primer lugar, la carta a los Hebreos nos asegura que la sinodalidad es, ante todo, un camino de fe en Jesucristo: “tenemos un Sumo Sacerdote extraordinario, Jesús Hijo de Dios –hemos escuchado-. Permanezcamos firmes en la fe que profesamos”. Caminar juntos requiere seguir los pasos de Jesús. Seguirle, amarle, dejarnos guiar por Él. La sinodalidad no será fruto del esfuerzo o de la sabiduría humana, sino de la gracia de Dios. Es el Señor quien nos conduce, el Espíritu Santo quien nos guía y nos une.

En segundo lugar, el profeta Isaías testifica que caminar juntos entraña sufrimiento. Un sufrimiento envuelto en gozo y esperanza, pero sufrimiento real: El caminante “deberá ofrecer su vida por el pecado, y así cumplirá la voluntad del Señor.  Después de sufrir las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado. Por sus sufrimientos, mi siervo justificará a muchos.” El cansancio, el desgaste, la enfermedad, la insatisfacción son estados de ánimo que acompañan al caminante. Caminar juntos es también aceptar la salvación como un regalo colectivo, como un don de Dios a su Iglesia.

Finalmente, Jesús proclama en el evangelio de Marcos que los apóstoles Santiago y Juan no son modelos de sinodalidad cuando piden ir a la cabeza del grupo, “uno a la derecha y otro a la izquierda”.  La respuesta de Jesús es bien conocida: “sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía. Si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor.” En el momento de su crucifixión hubo dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Tan lejos de Jesús estaba la solicitud de los ingenuos Zebedeos. Jesús no les promete el primer puesto, sino el último, siendo servidores de todos. Es la lección que Cristo nos da al comenzar nuestro camino.

Queridos hermanos, inauguramos con gozo el Sínodo en nuestra Diócesis de Ciudad Rodrigo con la Iglesia universal, al que nos invita el Papa. Vivamos la alegría de ser Pueblo de Dios. Dispongámonos a caminar con la humildad de ser uno de tantos. Con María, la Virgen de la Peña, humilde y sencilla. Caminante desde Nazaret a la montaña y de regreso a Nazaret, de nuevo caminando con José de Nazaret a Belén y enseguida de Belén a Egipto y de Egipto a Nazaret, donde se estableció con Jesús y José. La Madre siguió a su Hijo hasta el Calvario y, desde el Calvario, con los Apóstoles, hacia una Iglesia universal. Con su auxilio, queridos hermanos y hermanas, comenzamos hoy el Sínodo. Así sea.