Carta Pastoral 2012-2013

El Arciprestazgo y el Arcipreste en clave de

Nueva Evangelización 

Carta Pastoral 2012-2013

 

A modo de justificación

El objetivo general del curso 2012-2013 será el de “Seguir fomentando y compartiendo la comunión y la misión en clave evangelizadora”.

Durante el pasado curso 2011-2012, en nuestra Diócesis, hemos reflexionado sobre las Unidades Parroquiales. La conclusión, que ya se venía vislumbrando, era nítida: las Unidades Parroquiales se identifican, en muchos casos, con el Arciprestazgo. Y, en nuestra Diócesis, el Arciprestazgo es la Unidad Pastoral de referencia. Este será, subrayamos,  uno de los objetivos pastorales específicos para el nuevo curso: volver sobre la realidad, la identidad y misión del Arciprestazgo.

Al mismo tiempo, en cuanto a la formación permanente de los agentes de pastoral en las comunidades parroquiales, y en consonancia con el Año de la Fe, profundizaremos en dimensiones troncales de nuestro ser cristianos (Jesucristo y el Apostolado) desde la dimensión Bíblica y orante. Deseamos unirnos a toda la Iglesia en la celebración del Año de la Fe y del 50 aniversario del Vaticano II, potenciando la formación bíblico-doctrinal. Y, además y de forma sencilla, haremos una relectura creyente de nuestra realidad socio-cultural-política y económica para sensibilizarnos más en la pastoral de la Caridad. Los materiales de Caritas nos serán de gran ayuda en este sentido.

Como complemento necesario al tema del Arciprestazgo, y como otros dos objetivos específicos, actualizaremos el Directorio Diocesano de los Sacramentos de Iniciación Cristiana y reflexionaremos sobre los Ministerios Laicales.

Todo ello se ha explicado más minuciosamente en el cuadernillo de Programación Pastoral para este curso.

La presente carta pastoral se limita, de forma muy sencilla, a exponer el marco eclesial en el que situamos la realidad del Arciprestazgo, así como la reflexión sobre el mismo en la riqueza de dimensiones que le configuran como tal. En su día, y después de una reflexión colectiva en los primeros meses del curso pastoral, concretaremos y aprobaremos lo que podrá ser definitivamente el Estatuto Jurídico de dicho Arciprestazgo.

No olvidemos, finalmente, que estamos celebrando tres eventos eclesiales de máxima importancia y, además, complementarios: la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II, la celebración de los 20 años del Nuevo Catecismo de la Doctrina Católica y el Año de la Fe, y la celebración de un Sínodo de Obispos sobre la Nueva Evangelización.

¿Cuáles serían los objetivos a conseguir en este Año de la Fe? – Benedicto XVI responde con estas claves:

1.- Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo (n. 8).

2.- Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo y en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre.

3.- A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado.

4.- Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza».

5.- El Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

6.- El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13).

Al Espíritu le pedimos nuevo impulso misionero y a nuestra Madre, estrella y maestra de la evangelización, que nos enseñe el “arte de Vivir” en cristiano, cada vez más configurados con Cristo y más entregados a los demás, especialmente a los más necesitados.

 

1.- EL MARCO ECLESIAL DEL ARCIPRESTAZGO: LA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNIÓN PARA LA MISIÓN.

1.1.- Teología de la Iglesia como comunidad.

Para mejor situar y comprender lo que es el Arciprestazgo, recordamos lo que es la identidad y misión de ese gran Misterio que llamamos Iglesia.

La Iglesia, toda ella, tiene un origen trinitario y se expresa como Pueblo de Dios o Iglesia del Padre a la que nos incorporamos por el Bautismo, Cuerpo de Cristo o Iglesia del Hijo que se articula y crece desde la Eucaristía, y Templo del Espíritu o Iglesia del Espíritu Santo que transparenta y hace posible la comunión con Dios y de los hombres entre sí. En este año en el que se conmemora el 50 aniversario del Concilio Vaticano, recordamos que “La Iglesia es, en Cristo, como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano “(LG 1)…. “ Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).

Desde estas coordenadas teológicas y eclesiales podremos afirmar que la Iglesia Particular es un verdadero misterio y acontecimiento de comunión para la misión, conformada a imagen de la Trinidad, y por ello es también “comunión de los santos” y una “Iglesia peregrina y comprometida en la construcción del Reino”.

La Iglesia particular es, ante todo, un evento de salvación “contextuado”: “Porción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la colaboración del presbiterio mediante el Evangelio y la Eucaristía, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo, constituye una Iglesia particular en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica” (Ch. Dominus, 11; c. 369).

Lo determinante no es sólo lo territorial, sino la porción del pueblo de Dios, presidida por su Obispo y que peregrina en un determinado territorio. Pero en esa Iglesia particular, grande o pequeña, vive y se manifiesta la única y la misma Iglesia de Jesucristo.

La Iglesia universal y la Iglesia particular son un mismo misterio de unidad en la multiplicidad. El misterio de la única Iglesia, de comunión y misión, se realiza en la Iglesia universal, en la comunidad católica que formamos todos los discípulos de Cristo. La comunión entre las iglesias particulares en la única Iglesia universal radica, en la misma fe y bautismo común, en la Eucaristía y en el orden del episcopado. La multiplicidad de iglesias particulares, basadas en la única unidad de ser iglesia de Cristo, expresa la verdadera catolicidad de la Iglesia y el dinamismo de su vida de comunión.

Hoy, toda la Iglesia ha recibido una llamada a una nueva evangelización. Esta nueva evangelización vive del tesoro revelado, que es Jesucristo. Se dice nueva porque el Espíritu Santo hace siempre nuevas las cosas e invita a crear nueva vida. Es nueva por no estar ligada a una determinada civilización o cultura, sino que es universal y para todos los tiempos y lugares. Es nueva porque nos invita a redescubrir y anunciar el misterio pascual de Jesucristo con nuevo ardor, con nuevos métodos y con nuevas expresiones.

El sujeto de la nueva evangelización es toda la comunidad adulta en la fe. Por ello es necesario consolidar el tejido de la entera comunidad cristiana: laicos, religiosos, sacerdotes.

Una Iglesia que busca, en lo pastoral, vertebración y desarrollo de todas sus dimensiones: comunión y corresponsabilidad, anuncio y catequesis, liturgia y sacramentos, servicio de caridad y promoción humana. Insistimos en la llamada urgente a la nueva evangelización. En resumen, en la Iglesia particular, hay que vivir, equilibrada y armónicamente, las cuatro dimensiones ya clásicas: comunión, anuncio, celebración y compromiso.

Nuestras comunidades deben estar dispuestas a la renovación profunda. Deberemos, ante todo y sobre todo, responder a las dos preguntas indicadas por el Papa Juan Pablo II en los umbrales del Tercer Milenio, y que en su día se hizo el Concilio Vaticano II: “Iglesia particular, en comunión con la Iglesia universal, ¿qué dices de ti misma en la hora presente? ¿Qué rostro renovado quieres ofrecer a la sociedad del tercer milenio para seguir siendo sacramento de salvación, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu y luz de las gentes?”…

Expresado lo anterior, siempre será útil releer algunas páginas de la conocida obra del maestro Henri De Lubac Meditación sobre la Iglesia (Editorial Encuentro). Con lucidez recuerda algunas de las principales tentaciones “eclesiales”, que siguen vigentes: el identificar nuestro programa o movimiento como si fueran la Iglesia sin más; la tentación de crítica destructiva disfrazada bajo la máscara del bien; el aceptar acríticamente lo que llega bajo la marca “de novedad”, despreciando la Tradición Viva; la desesperanza ante lo que parece lenta evolución, y hasta vuelta atrás de la Iglesia; creer que la Iglesia sólo es para élites (de perfectos, sabios, o militantes). Concluimos: sólo se puede y se sabe valorar la Iglesia cuando se vive y se ama en ella, se celebra con ella, y se da la vida por ella.

Si, finalmente, hablamos de los frutos que se esperan, el mayor fruto, en cada persona, debe ser el de una configuración mayor con Jesucristo. Se trataría de responder con radicalidad a la llamada a la santidad que se nos hizo ya desde el día de nuestro Bautismo para ver con sus ojos, sentir con su corazón y hacer con sus manos.

Y, el mejor fruto eclesial o colectivo, debería conducirnos a una “confessio Trinitatis” (confesión de la Trinidad), a hacer presente a Jesucristo hoy entre nosotros y a una renovación de nuestro ardor evangelizador personal y comunitario.

Todo ello, testimoniando con alegría la amorosa historia de Salvación del Dios Vivo con cada uno de nosotros, con cada ser humano. Este doble fruto, confesión de la Trinidad y renovado talante evangelizador, se puede resumir en esta expresión, tantas veces repetida en nuestras celebraciones eucarísticas: “ad Patrem, per Filium, in Spiritu” (al Padre, por el Hijo, en el Espíritu).

 

1.2. Rasgos de una verdadera comunidad cristiana

1.2.1.-Algunas claves de identidad

La comunidad cristiana, en la variedad de formas que adopte, es siempre como la célula viva de la Iglesia, donde se experimenta la comunión y la misión de bautizados que escuchan juntos la palabra de Dios, celebran los misterios de su fe, anuncian la Buena Nueva y se esfuerzan por transformar cristianamente las realidades temporales.

Cada comunidad cristiana representa a la Iglesia visible establecida por todo el mundo (SC 42), es como una célula de la diócesis (AA 10), y tiene la misma triple misión que le ha sido encomendada al pueblo de Dios: profética y de evangelización (testimonio de fe), sacerdotal y de celebración (consagración de la realidad temporal), y real y de compromiso (construcción de la Iglesia de la caridad). Añadimos una cuarta: comunidad. Lo desarrollamos brevemente:

1) Profética: vive de la escucha atenta de la Palabra de Dios, a escala personal y comunitaria; y, con un testimonio coherente, es capaz de anunciar, evangelizar, iluminar y transformar las realidades sociales y existenciales.

2) Sacerdotal: capaz de consagrar el mundo a Dios; orar personal y comunitariamente y celebrar comunitariamente los sacramentos.

3) Real: es una Iglesia del compromiso, en su doble vertiente: microcaridad (atención personal) y macrocaridad (transformación de estructuras); sensible a todos los problemas humanos, especialmente los de los más marginados.

4) Comunión: se vive la comunión y la corresponsabilidad como reparto de tareas y roles, como participación en consejos, y como desarrollo de la riqueza de ministerios.

 

1.2.2.-¿Qué rostro debe ofrecer la comunidad cristiana de hoy?

– De clara pastoral de misión y de compromiso con la nueva evangelización.

– Donde se viva una corresponsabilidad real de los laicos en todas sus dimensiones.

– Insertada realmente en el contexto social, donde comparte los problemas sociales de sus vecinos.

– Con una adecuada programación pastoral, en sintonía con la Diócesis.

– Cobijando y potenciando a grupos diversos con sus carismas peculiares.

– Mucha importancia a la catequesis y formación de todos, especialmente en este Año de la Fe, a la catequesis-catecumenado de los adultos y de las familias.

– Finalmente, con clara conciencia diocesana y de colaboración con los arciprestazgos y con los diversos organismos diocesanos ( delegaciones, secretariados etc.).

Si, teológicamente, aún se nos pide más, subrayaríamos los siguientes rasgos:

1. Una Iglesia de totalidad: ni jerarcológica (protagonismo sólo y exclusivo de quienes tienen en ella ministerios ordenados y reconocidos), ni popular (protagonismo sólo de las bases).

2. Una Iglesia eucarística (mistérica): nacida, desarrollada y expresada en torno a la Eucaristía (Palabra y Sacramento), y en la que vive y se plasma la Iglesia Universal.

3. Una Iglesia de “episcopalidad” y, por lo mismo, de apostolicidad: el Obispo es el principio y fundamento visible de su unidad (LG 23). En él y por él se significa y actualiza la comunión.

4. Una Iglesia de comunión: comunión en el cuerpo de Cristo, por el que y en el que todos los bautizados somos iguales en dignidad y corresponsables, siendo una Iglesia comunidad de comunidades (Pueblo de Dios).

5. Una Iglesia en misión: no es una Iglesia para ella misma, sino mediación o sacramento de salvación. Y que ofrece a los hombres lo mejor que ella tiene: el Misterio de Jesucristo, el Señor. Misión de vanguardia en nuestros límites geográficos inmediatos y más allá de nuestras fronteras.

6. Una Iglesia en línea con la nueva evangelización: en estado de nuevo dinamismo misionero, para discernir dónde estamos y cómo estamos evangelizando,  y dónde no estamos y por qué no estamos.

7. Una Iglesia carismática y sinérgica: de ministerios, vocaciones, funciones y estados de vida que se complementan, según lo suscitado por el Espíritu Santo.

8. Una Iglesia encarnada y contextuada: lúcida y realista para discernir en qué contexto socio-cultural se encuentra. Y que por lo mismo se siente samaritana y servidora de ese mismo hombre y mujer de hoy.

9. Una Iglesia capaz de articular una pastoral de conjunto, que sepa aunar los movimientos con la parroquia; lo parroquial con lo diocesano; lo territorial con lo sectorial; lo sacramental con lo “diakónico” (servicial) y testimonial; lo privado con lo público; lo personal con lo institucional; lo celebrativo y orante con lo testimonial y de compromiso.

10. Una Iglesia que se sabe siempre en camino, peregrina, santa y pecadora, en éxodo, acogiendo, celebrando y manifestando a un Dios Vivo, “Adviento” y “Pascua”, siempre nueva hasta la Jerusalén celeste. Una Iglesia que es a la vez compañía del hombre de hoy, memoria viva de la utopía cristiana, y profecía o signo de contradicción.

 

1.3. Algunas “mediaciones o herramientas” para una comunidad con futuro:

a) Es preciso subrayar un espíritu nuevo como evangelizadores:

* La escucha, al mismo tiempo, de la Palabra de Dios y de los signos de los tiempos.

* El acompañamiento, que sabe conjugar fidelidad y creatividad.

* La esperanza en el futuro de nuestros pueblos y de nuestras gentes, castigadas por la crisis, el envejecimiento y la despoblación. Una esperanza en el futuro absoluto: en Cristo, Señor de la Historia.

b) Necesitamos comprometernos en un nuevo giro apostólico, que nos pide vivir una fe confesante, encarnada, martirial.

c) Debemos realizar un discernimiento para aunar criterios pastorales y evangelizadores:

* Pasión por Jesucristo, como clave de bóveda de nuestra tarea apostólica

* Una “pastoral de la zapatilla”, del tú a tú, del boca a boca, haciendo posible el contacto directo y el acompañamiento personalizado:

* En resistencia abierta contra los ídolos (gozar, poder, la eficacia y lo grandioso, etc).

* Trabajando siempre desde la comunión y desde la comunidad eclesial.

* Al servicio de nuestra realidad socio-cultural y de nuestras “pobrezas” (humanas, geográficas, culturales…) y de “nuestros pobres” (de pan, de salud, de edad, de cultura, de Dios…).

d) Tenemos que saber cargar para nuestro taller evangelizador una “caja de herramientas”:

* Los rostros de los hombres y mujeres de hoy, con las alegrías y los gritos de dolor y de sufrimiento de todas las formas de pobreza, antiguas y nuevas.

* La palabra de Dios y lo necesario para celebrar y vivir los Sacramentos. En el centro, la Eucaristía.

* La silla para los diálogos de acogida y personalización de la fe.

* Los documentos magisteriales y diocesanos para orientarnos en la acción pastoral.

* Los hermanos de camino, formando equipos apostólicos y equipos de trabajo y vida.

e) Finalmente, es preciso volver a subrayar algunas certezas:

* Es más importante lo que vivimos que lo que hacemos. Más importantes las personas concretas que las actividades. Más relevantes las relaciones que las agendas llenas.

* Hablan más los climas y ambientes que los mensajes verbales; más nuestra forma de vivir testimonial que las palabras. Nosotros sólo somos mediaciones, signos, indicadores; no fines.

* La vitalidad comunitaria se juega en las actitudes pastorales y se concreta en respuestas a preguntas como éstas: “¿Qué transformaciones de calado y verdaderas he experimentado en mí en los últimos tiempos?” “¿Qué transformaciones de calado he contemplado en mi persona y en mi comunidad?”…

f) A modo de grito final y urgente: ¡Dejemos que el Espíritu siga suscitando nuevas comunidades vivas! ¡Necesitamos conversión de corazones y reforma de estructuras para nuevas comunidades en el tercer milenio! En resumen, ¡necesitamos volver a redescubrir también la identidad eclesial del Arciprestazgo!

 

2.- IDENTIDAD Y MISIÓN DEL ARCIPRESTAZGO Y DEL ARCIPRESTE

2.0.- Introducción. Algunas notas históricas 

La figura del Arcipreste hunde sus raíces en los siglos V y VI como delegado del Obispo para las comunidades que vivían en el mundo rural, fuera de la urbe. Era como el “vicario territorial” (“vicarius foraneus”).

Desde el siglo IX, las principales funciones del Arcipreste se centran en el cuidado y tutela del clero y parroquias, convocar reuniones periódicas de formación y pastorales, y visitar personalmente las parroquias y mantener informado al ordinario en todo lo referente a los deberes de su arciprestazgo (ejem. Marcha de las parroquias, pago de diezmos y otros temas relacionados con los sacerdotes y la disciplina eclesial).

La figura del Arcipreste, en relación a los sacerdotes, se potencia aún más a partir del Concilio de Trento, teniendo como cometidos principales: supervisar el lugar de residencia de los sacerdotes, vigilar la predicación y la catequesis, asegurar la asistencia a sacerdotes enfermos, etc. El arciprestazgo se consolida como un instrumento efectivo para la reforma de vida y costumbres y para una más eficaz actividad pastoral.

En el Código de Derecho Canónico Pío-Benedictino (1917), el Arcipreste sigue manteniendo las funciones secularmente reconocidas (cc. 445-450).

A partir de la reflexión eclesiológica del Vaticano II se subraya aún más la función pastoral del Arcipreste y del arciprestazgo. El Arcipreste debe impulsar y coordinar la pastoral en la que participan sacerdotes, religiosos y laicos (Christus Dominus, n.º 30; Ecclesiae Imago, nn. 22, 73, 185).

El Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos (“Ecclesiae Imago”), sin olvidar la dimensión jurídica del Arcipreste y del arciprestazgo (n.º 187), y acentuando su misión pastoral, pide que esté representado y que participe tanto en el Consejo Presbiteral como en el Pastoral (n.º 188).

En el Nuevo Código de Derecho Canónico (1983) se reconoce y amplía la figura del Arcipreste, no sólo para los sacerdotes, sino para todos los agentes de pastoral del territorio arciprestal en orden a una pastoral de conjunto y articulada. El Arcipreste, hoy, en sus amplias funciones, se puede decir que es verdaderamente como un “vicario episcopal territorial”.

Precisamente, a partir del Código vigente, se deben subrayar aquellos aspectos, de derecho universal y particular, que pueden entretejer lo que denominamos el “estatuto jurídico-pastoral” del Arcipreste y del arciprestazgo; No es exagerado afirmar que está llamado a un protagonismo, desde la necesaria reestructuración territorial y sectorial de nuestra diócesis, para en esta hora ser fieles al Señor de la Historia y a hacer realidad la nueva evangelización.

 

2.1.- Naturaleza e identidad del arciprestazgo.

Se lee en el Código de Derecho Canónico: “Para facilitar la cura pastoral mediante una actividad común, varias parroquias cercanas entre sí pueden unirse en grupos peculiares como son los arciprestazgos” (c. 374, 2).

La legislación canónica actual no obliga, como en el canon 217 del Código anterior, a erigir arciprestazgos, pero se deduce su conveniencia por razones de una pastoral articulada y de conjunto. Todo ello con un matiz importante: Un arciprestazgo es un conjunto de parroquias cercanas, sin que dicha agrupación suponga personalidad jurídica propia ni fusión de parroquias, ya que las parroquias conservan su propia autonomía y personalidad jurídica. Los arciprestazgos, a diferencia de las parroquias, no son, en principio, comunidades de fieles presididas por el Arcipreste como pastor propio. Y, sin embargo, desde las unidades parroquiales, pueden llegar a serlo en realidades eclesiales pequeñas en territorio.

El arciprestazgo no suplanta a las parroquias, ni se erige como entidad jurídica intermedia. Pero las parroquias o unidades parroquiales difícilmente podrán cumplir hoy su misión evangelizadora de forma aislada e individualizada (P.O., n.º 7). El arciprestazgo es un signo de comunión para la misión. Desde el arciprestazgo se favorecerán así mismo acciones pastorales inter-parroquiales e inter-arciprestales en orden a la nueva evangelización.

Para que exista un arciprestazgo deben darse al menos estos presupuestos: cierta homogeneidad social, cultural y religiosa; cierta historia o andadura pastoral común, en muchos casos ya facilitada por las Unidades Parroquiales; un número significativo de sacerdotes y fieles; voluntad de trabajar en una pastoral de conjunto articulada.

Desde este punto de vista, la identidad del arciprestazgo es triple:

A) Pastoral: nace para potenciar la pastoral de conjunto.

B) Sociológica: para dar respuesta a necesidades reales y afines.

C) Eclesiológica: expresión de una Iglesia de comunión para la misión evangelizadora.

2.2.- Finalidad y funciones del Arciprestazgo.

Entre las funciones del arciprestazgo están las siguientes:

– Promocionar, coordinar y ejecutar programaciones pastorales.

– Favorecer la fraternidad sacerdotal y apostólica.

– Potenciar equipos de vida y trabajo apostólicos entre sacerdotes, religiosos y laicos.

– Compartir recursos materiales y humanos.

– Hacer realidad una pastoral de sectores y ambientes.

– Representar en instancias y organismos diocesanos.

– Conservar y difundir el patrimonio eclesial, cultural, documental y artístico.

– Promover el desarrollo de los Planes Diocesanos de Pastoral.

– Impulsar la formación, la atención y la espiritualidad de los agentes de pastoral cualificados.

En este sentido, en los encuentros de “Iglesia en Castilla”, se ha hablado del arciprestazgo como hogar (donde los hermanos alimentan y tejen la fraternidad), escuela (de formación permanente y programación) y taller (que favorece la acción pastoral de conjunto y articulada).

 

2.3. Identidad y misión del Arcipreste

A la hora de contemplar esta figura, lo hacemos desde dos vertientes: desde el Derecho Común o normativa universal y desde el Derecho Particular Diocesano.

 

2.3.1.- Desde el Derecho Común

Puede ser Arcipreste cualquier sacerdote, no necesariamente párroco, a quien el Obispo considere idóneo. El oficio no está vinculado a determinadas parroquias (ya no hay parroquias arciprestales) ni es por tiempo indefinido (c. 554,1).

 

2.3.1.1. Identidad y nombramiento

El Arcipreste (llamado también vicario foráneo, decano o de otro modo) es nombrado por el Obispo diocesano, después de oír, según su prudente juicio, a los sacerdotes que ejercen el ministerio en el propio arciprestazgo(c. 553). Es, por lo mismo, un estrecho colaborador del Obispo.

Documentos como Ecclesiae Sanctae (nn. 1-19) y Christus Dominus (n.º 3) recuerdan la importancia de esta figura y el Directorio Ecclesiae Imago (n.º 187, 1), subraya “que al oficio de Arcipreste no sólo le competen aspectos jurídico-administrativos, o de vigilancia, sino la preocupación apostólica por fomentar la vida de los presbíteros y lograr una pastoral de conjunto de arciprestazgo”.

Su nombramiento es para un tiempo determinado -en nuestra Diócesis para tres años – pudiendo ser removido por el Obispo por causa justa (c. 554).

Ecclesiae Imago, en su n.º 187, 2, sugiere para nombrar Arcipreste que éste resida y tenga cargo pastoral en el arciprestazgo; que goce, entre el pueblo y el clero, de prestigio por su prudencia, doctrina, piedad y actividad apostólica; que reúna cualidades que supongan la confianza del Obispo y la capacidad para promover y dirigir de manera competente la pastoral de conjunto; que haya ejercido como presbítero en la diócesis al menos un trienio.

El modo como el obispo consultará con el presbiterio para el nombramiento de Arcipreste se regulará por el derecho diocesano. En cualquier caso, para la propuesta de Arciprestes se consultará a todos los sacerdotes, en activo o jubilados, que residan en el arciprestazgo.

En cuanto a las causas de remoción o cese del Arcipreste, según prudente arbitrio del Obispo, pueden estar el cumplirse el tiempo de mandato, la incapacidad física o moral, la renuncia voluntaria aceptada por el Obispo, el traslado a otro arciprestazgo o la jubilación de hecho (c.554,3). Cuando un Arcipreste cesa en su oficio sin haber concluido su periodo de nombramiento, el nuevo Arcipreste será interino y terminará el periodo de su antecesor.

 

2.3.1.2. Deberes y derechos generales de su oficio.

Principalmente son cuatro los campos que competen al Arcipreste en razón de su oficio: las actividades pastorales, la relación con sus hermanos presbíteros, el cumplimiento de la normativa litúrgica y el cuidado de los bienes parroquiales.

1) En la cura pastoral:

– Fomentar y coordinar la actividad pastoral común en el arciprestazgo (c. 555, 1).

– El deber de visitar las parroquias de su distrito según haya determinado el Obispo diocesano (c. 555, 3).

– Ser convocado para participar en el Sínodo Diocesano (c. 463, 1, 7).

2) En cuanto a los hermanos presbíteros:

– Cuidar que los clérigos de su distrito vivan de modo conforme a su estado y cumplan diligentemente sus deberes (c. 555,1-2).

– Procurar que los clérigos, según las prescripciones del derecho particular y en los momentos que éste determine, asistan a los encuentros de formación permanente, retiros y otras iniciativas arciprestales (Cf. c. 555,1-2).

– Cuidar que no falten a los presbíteros de su distrito los medios espirituales y sea especialmente solícito con aquellos que se hallen en circunstancias difíciles o se vean agobiados con problemas (c. 555,2).

– Cuidar que los sacerdotes enfermos no carezcan de los auxilios espirituales y materiales y que, en el caso de fallecimiento, se celebre dignamente el funeral(c. 555,3.).

– El Obispo oirá al Arcipreste en el nombramiento de los párrocos del arciprestazgo (c. 524) y, si lo estima oportuno, en el de los vicarios parroquiales (c. 547).

– Podrá presidir en la toma de posesión del párroco la profesión de fe y el juramento de fidelidad, en nombre del Obispo diocesano (cc. 527, 2 y 833, 6).

3) En cuanto a lo litúrgico:

– Procurar que las funciones religiosas se celebren según las prescripciones de la sagrada liturgia (c. 555,1).

– El Obispo podrá delegar en el Arcipreste la facultad de absolver del delito de aborto y excomunión “latae sententiae” que implica el c. 1398.

4) En cuanto a los bienes parroquiales:

– Velar que se cuide diligentemente el decoro y esplendor de las iglesias y de los objetos y ornamentos sagrados, sobre todo en la celebración eucarística y en la custodia del Santísimo Sacramento.

– Velar para que se cumplimenten y guarden convenientemente los bienes eclesiásticos y se conserve la casa parroquial con la debida diligencia. Todo ello de forma habitual, así como en el caso de estar vacante una parroquia (c. 555,1).

– Proveer también para que, cuando enfermen o mueran los sacerdotes, no desaparezcan o se sustraigan de su lugar de origen los libros, documentos y ornamentos sagrados u otras cosas pertenecientes a la Iglesia (c. 555,3).

El Arcipreste tiene la obligación de informar al Obispo diocesano sobre todas las actividades referidas anteriormente, ya que todas sus funciones, como “vicario territorial del Obispo” (vicarius foraneus) son al mismo tiempo deberes propios de la función pastoral del Obispo.

 

2.3.2.- Desde el derecho particular de la diócesis.

2.3.2.1. Nombramiento

El Arcipreste es nombrado por el Obispo según las normas de derecho diocesano. El Obispo consultará a los sacerdotes del Arciprestazgo (c. 553). Los sacerdotes, reunidos en asamblea arciprestal – de la que se levantará acta- propondrán dos nombres. El resultado de los dos propuestos, colocados por orden alfabético, se facilitará al Obispo, quien libremente, nombrará Arcipreste, tras la pertinente consulta con el interesado. El nombramiento, como se ha expresado antes, es para un periodo de tres años, pudiendo ser elegido en sucesivos mandatos.

Parece oportuno, además de lo establecido en el Derecho Común, atribuir al Arcipreste los siguientes derechos y deberes en los diversos campos que pasamos a señalar.

 

2.3.2.2. Consejo Presbiteral y Consejo Pastoral Diocesano

Sería deseable que los Arciprestes, dada la relevancia y responsabilidad de su cargo, estén representados en el Consejo Presbiteral en una proporción al menos del 1/3 de los mismos. Si, por elección no se diera dicha proporción, el Obispo tiene la posibilidad de realizarlo por libre designación.

Es importante, así mismo, que todos los Arciprestes, en razón de su oficio y por ser promotores de la pastoral territorial de conjunto, sean miembros natos del Consejo Pastoral Diocesano.

En ambos Consejos – Presbiteral y Pastoral -, corresponderá al Arcipreste estas funciones:

– Elevar a dichos Consejos las inquietudes, necesidades y preocupaciones de los arciprestazgos.

– Coordinar, arciprestalmente, el estudio y preparación de los temas e informes que serán objeto de deliberación.

– Informar a los sacerdotes, y en su caso a los agentes de pastoral afectados, de las deliberaciones de los Consejos, sin romper el secreto que les afecta.

 

2.3.2.3. Fondo Común Diocesano

El Arcipreste debe velar por la entrega en la Administración Diocesana de las cuentas anuales de las parroquias de su arciprestazgo. Una vez aprobadas se archivarán, tanto en la parroquia como en la Administración.

Es deseable y necesario que el Arcipreste informe al ordinario sobre situaciones especiales de sacerdotes en materia económica o de índole material, así como de la salud y otros aspectos de interés.

 

2.3.2.4. Actividades pastorales

Son funciones del Arcipreste en este campo:

– Intervenir en la preparación, coordinación y posterior seguimiento de la visita pastoral del Obispo a las parroquias del arciprestazgo.

– Favorecer y potenciar el Consejo Pastoral Arciprestal como medio imprescindible para desarrollar una pastoral de conjunto en conexión con los objetivos y acciones diocesanos.

– Ayudar y urgir, en su caso, a las parroquias la constitución de Juntas o Consejos Pastorales y de Economía. Recordamos que los Consejos de Economía son obligatorios en parroquias que superen los 500 habitantes.

– Favorecer una pastoral sectorial y de ambientes en el arciprestazgo, mediante una corresponsabilidad real de funciones y en conexión con las delegaciones diocesanas.

 

2.3.2.5. Bienes y Patrimonio

Son funciones del Arcipreste en este campo:

– Ayudar a los párrocos de su arciprestazgo en la custodia y conservación de los objetos de valor histórico, artístico y documental.

– Colaborar con los párrocos y ayudarles en las peticiones de presentación de proyectos de obras o petición de ayudas para rehabilitar bienes inmuebles, para su inscripción en el Registro Civil, etc.

– Colaborar con el Delegado de Patrimonio y asesorar en este campo específico.

 

2.4. Consejo Pastoral Arciprestal

Para que el arciprestazgo sea una realidad viva debe constituirse el Consejo Pastoral Arciprestal el cual supone, a su vez, el funcionamiento normal en cada parroquia o unidad parroquial de los consejos parroquiales o, al menos de las juntas parroquiales. De los miembros de los consejos o de las juntas parroquiales se nutrirá normalmente el Consejo Pastoral Arciprestal. Y, a su vez, de los miembros de los Consejos Pastorales Arciprestales se nutrirá el Consejo Pastoral Diocesano.

Dicho consejo pastoral arciprestal deberá ajustarse al Estatuto Marco Diocesano y en él tienen que estar representados los agentes de pastoral de los diferentes sectores y ambientes. En el citado consejo pastoral arciprestal se deberán delimitar las diversas áreas sectoriales y ambientales de pastoral en conexión con las delegaciones y secretariados diocesanos, así como potenciar los objetivos y acciones pastorales prioritarias y realizar un reparto de responsabilidades real.

 

2.5.- Equipo sacerdotal del arciprestazgo

En cuanto a los sacerdotes del arciprestazgo, éstos forman el “equipo sacerdotal del arciprestazgo”, que se reunirá para retiros, para la formación permanente y para otros asuntos pastorales, jurídicos o administrativos que les afecten, así como para designar sus legítimos representantes en los Consejos Presbiteral y Pastoral Diocesano.

 

2.6.- Colegio de Arciprestes

El Colegio de Arciprestes, en cuanto tal, no se ha contemplado en el Código de Derecho Canónico. Está formado por todos los Arciprestes de la diócesis, y es expresión de la comunión con el Obispo y de la misma misión pastoral. Dicho Colegio deberá:

– Potenciar la pastoral de conjunto diocesana.

Elevar al Consejo Presbiteral y Consejo Pastoral Diocesano la vida e inquietudes de los arciprestazgos.

– Reflexionar sobre asuntos pastorales, patrimoniales, administrativos o jurídicos.

– Participar, en la persona de cada Arcipreste, en el Sínodo Diocesano (c. 463, 1, 7).

– El Ordinario, cuando lo estime oportuno, podrá encomendar a este Colegio de Arciprestes, tareas de consulta o gobierno en materias específicas y dentro de su competencia.

 

Conclusión

Para caminar como Iglesia diocesana, en renovación fiel y constante a Jesucristo, nuestro Señor, es importante la figura del Arcipreste y del arciprestazgo como un servicio pastoral diocesano cualificado y como una estructura para favorecer una  pastoral de conjunto y vertebrada, eficaz y fecunda; sin duda, impulsarán la comunión para la misión. De las parroquias renovadas, y de los arciprestazgos revitalizados, llegará el aliento necesario, derramado por el Espíritu de la Vida, para hacer realidad la nueva evangelización en los umbrales del tercer milenio.

A María, nuestra Madre, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Peña de Francia, encomendamos la andadura de nuestro nuevo curso pastoral. Que el Espíritu nos conceda santos frutos para esta Iglesia que peregrina, con humildad, en Ciudad Rodrigo.

 

Ciudad Rodrigo, 15 de agosto de 2012.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo.