Mons. García Burillo, invitado a participar en el decenario de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús

Mi saludo cordial a toda la asamblea reunida en el monasterio de la Encarnación: al capellán P. Arturo, a los sacerdotes, a la M. Carmen y comunidad, a todos los presentes, hermanas y hermanos.

Agradezco la invitación que me habéis hecho, queridas madres carmelitas, con ocasión de mis Bodas de oro sacerdotales, para participar en el decenario de la fiesta de la Transverberación de la Santa. Este encuentro me permite actualizar los sentimientos de comunión y de afecto que durante tantos años hemos vivido.  El Señor me ha permitido cumplir los cincuenta años de mi ordenación sacerdotal, en el tiempo en que he sido enviado por el Papa Francisco a la Diócesis de Ciudad Rodrigo. También el Sr. Obispo de Ávila, muy amablemente, quiso celebrar este aniversario en la Catedral con los sacerdotes de la diócesis.

Doy gracias a Dios por el don del sacerdocio y por haberme otorgado la gracia de la fidelidad en mi ministerio, largo tiempo vivido en esta misma diócesis y en otras a las que fui enviado. He tenido un amplio recorrido de servicio pastoral, de experiencias personales, de frutos y quizás también de algún fracaso. Todo forma parte del conjunto de obras que hoy presento con humildad al Señor en presencia de Santa Teresa de Jesús.

 He pasado treinta y cinco años como sacerdote de Madrid, casi cinco como obispo auxiliar de Orihuela-Alicante, dieciséis como obispo de Ávila, y casi tres años como Administrador Apostólico de Ciudad Rodrigo. Siento un gozo inmenso al haber podido llegar hasta aquí y no encuentro palabras para expresarlo. También pido perdón por aquellas acciones que han podido dañar a alguien, y doy gracias a todos por compartir conmigo este acontecimiento.

Al celebrar hoy el domingo XXI del tiempo ordinario, la liturgia nos pide que renovemos nuestra fe en Jesús, Mesías y Salvador. Una invitación trascendental para mí en esta efeméride. El Señor hoy me pregunta a mí y os pregunta a vosotros: ¿Quieres continuar sirviendo al Señor o prefieres servir a otros dioses? ¿También vosotros queréis marcharos? Y nosotros hoy somos invitados a responder con Pedro: Señor, ¿a quién acudiremos? ¡Sólo tú tienes palabras de vida eterna!

Santa Teresa se nos presenta también como modelo de opción radical por Jesucristo. Con determinación, ella siguió a Jesús en la vida ordinaria, y en ocasiones propias de una carmelita, con una intensidad particular. Sobre todo, en la que llamamos “conversión” de la Santa. En poco tiempo Teresa pasó de un estado de tibieza espiritual a la gracia de la Transverberación, cumbre de la mística. Y, a partir de aquí, a crecer en amor a Jesucristo durante toda su vida.

Acerquémonos al relato bíblico, comenzando por Siquem.

  1. Siquem, lugar de confesión en el Señor

Siquem es una ciudad muy antigua, citada muchas veces en el AT. Por su situación geográfica central, fue un lugar de reunión de las tribus de Israel. Allí edificó Abrahán un altar, Jacob adquirió sus derechos de primogenitura, allí se escondieron los ídolos de Mesopotamia. El relato que hemos escuchado describe un acto religioso de especial relevancia histórica. Después de haber guiado al pueblo para entrar en la tierra prometida y de haber conquistado la tierra donde habitaran las tribus de Israel llegadas de Egipto, al final de su vida, Josué quiere consolidar su fe y la de su pueblo, dando gracias por su liberación y determinándose a vivir conforme a los preceptos que del Señor recibió. Con este fin reunió a las doce tribus de Israel, pidiéndoles que renovaran su fe en Dios, su protector. El pueblo debía actualizar su alianza con el Señor, haciéndola centro de su vida, reconociéndolo como único Dios y cumpliendo los mandatos que les dio por medio de Moisés.

Del mismo modo que habían estado unidos a Josué en las guerras de la conquista, así debían unirse en el culto al Señor. A diferencia de otras ceremonias de la alianza, en esta no se hicieron altares ni sacrificios de animales. Aquí solo existe lo esencial: la libre confesión de la fe y del culto al Dios que había hecho grandes prodigios en favor de su pueblo, liberándolo de Egipto y regalándole una tierra que manaba leche y miel.

A los jefes, jueces y escribas, ante el pueblo, Josué les apremia: escoged entre el Señor y otros dioses, “elegid hoy a quien queréis servir, a los dioses de los amorreos… o servir al Señor. A lo cual el pueblo fiel respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Nosotros serviremos al Señor porque él es nuestro Dios”. Este pacto sellaba la unidad religiosa de todas las tribus en el mismo Dios, que mantendría la unidad social y política del pueblo en el futuro. Pidamos también nosotros que la unidad de la fe sostenga la unidad de nuestro pueblo necesitado.

  1. La confesión de Pedro

En consonancia con esta confesión de fe, el Evangelio relata otra ocasión en que también era preciso elegir entre el Señor y los ídolos. Jesús pregunta a los Doce: ¿también vosotros queréis marcharos? ¿A qué viene esta pregunta? Sus palabras sobre el pan de vida habían dividido a la multitud que le escuchaba. Y no sólo a la multitud judía, sino también a la posterior comunidad joánica.

 Jesús había pronunciado palabras humanamente difíciles de entender: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre… Y más concretamente: En verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día.

La palabra “carne” en boca de Jesús relacionaba la Eucaristía con la Encarnación del Verbo: el que no se alimenta del Verbo de Dios, hecho carne en las entrañas de María, no tiene vida eterna. Pero muchos judíos entendieron estas palabras en sentido material. Por eso, al oírlas, algunos se escandalizaron y lo abandonaron. Pero Jesús sabía quiénes eran los que no creían, y quién le iba a entregar. De aquí su pregunta a los discípulos y, posteriormente, a la comunidad de Juan: ¿También vosotros queréis marcharos?

Las palabras de Jesús sobre el pan de vida o sobre el pan bajado del cielo solo pueden ser comprendidas desde la fe, por inspiración del Espíritu Santo. El que habla no es un hombre cualquiera sino el elegido de Dios, su enviado, el Hijo de Dios y Mesías. Por eso, la respuesta de Pedro fue también taxativa, como la del pueblo en Siquem: Señor, a dónde vamos a ir, Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros sabemos y creemos que tú eres el Santo de Dios.

Esta misma pregunta se nos plantea a los cristianos en este tiempo de incredulidad, y precisamente en esta tarde de intimidad con la Santa: Elegid hoy a quién queréis servir. ¿También vosotros queréis marcharos? La época que vivimos se caracteriza por la falta de fe en Dios y por una deserción de muchos creyentes en la fe de la Iglesia. De aquí que sea pertinente la pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos?

  1. Teresa se determina por el Señor

Finalmente contemplemos a Teresa, que se nos presenta como un modelo de respuesta a Jesús, llena de decisión. Su respuesta la encontramos en una palabra frecuente en ella: determinación. “Me parece que no se me ofrecerá cosa por vuestro amor que con gran determinación me deje de poner a ella” (V 6,9). Toda ocasión que se le presente, relativa a su trato con Jesús, la Santa la acogerá con decisión. En las Concordancias sobre sus escritos, aparece 120 veces esta palabra. Además, hemos de pensar que, en Teresa como en todo ser humano, se dieron momentos determinantes, como la hora en que se sintió llamada a la vida consagrada en este mismo monasterio para servir a Dios, para ganar los bienes eternos por cualquier medio, para no tornar a caer en poniéndome en la ocasión de tentaciones que le tenían atada, y para no determinar a darme del todo a Dios (V 9,7) … Todo, hasta que llegó el momento de afincarse en su amor a Dios.

 Tal crecimiento en el amor a Dios y en la entrega a su servicio como Amor preferido, produjo en Teresa la unión de corazones entre ella y Jesús, una de cuyas manifestaciones fue la gracia del dardo, que hoy contemplamos: “No puede menos, si va con la determinación que debe ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura” (C 32,11). Así, la Transverberación tuvo lugar en la Santa como una consecuencia de su determinación de seguir al Señor, de ser su mejor amiga. De la conversión nace un largo proceso que culmina en las cumbres de la mística, y en el encuentro inenarrable que hoy celebramos.

Queridas hermanas carmelitas, hermanas y hermanos, acojamos esta tarde la invitación que nos hace Jesús para reconocerle como Salvador y Señor. La comunión sacramental es un acontecimiento de unión con Cristo semejante al de Teresa en la Transverberación. Sigamos el proceso de crecimiento en santidad del que hoy Teresa se nos muestra como maestra y mediadora. Así sea.