Mensaje de D. Carlos Norberto, delegado de la Pastoral de la Salud, en la Pascua del Enfermo

Queridas familias de la Diócesis de Ciudad Rodrigo:

 

El próximo 9 de mayo, VI Domingo de Pascua, celebraremos como Iglesia la Pascua del Enfermo. Con este encuentro de oración en nuestras comunidades culminamos el itinerario de reflexión que iniciamos el pasado 11 de febrero con la Jornada Mundial del Enfermo.

 

A pesar de las dificultades que estamos padeciendo por la pandemia, la Campaña del Enfermo de este año nos ha hecho volver la mirada hacia nuestros hermanos enfermos, hacia sus familias y los profesionales sanitarios, asistentes, colaboradores, voluntarios implicados en el ámbito de la salud y la protección de los más desfavorecidos.

 

Damos gracias a Dios por todos ellos y por el esfuerzo que siguen desplegando en la atención de los enfermos, ancianos, necesitados o abandonados. Y, aunque como Delegación no hemos podido desarrollar las actividades habituales de cada año, la plegaria que hemos elevado a Dios, personalmente y en nuestras comunidades, y la colaboración económica de las parroquias de nuestra Diócesis está ayudando a aliviar el sufrimiento de muchos hermanos nuestros.

 

Este año nos hemos acompañado con el tema: “Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Para el Papa ha sido fundamental alentar a toda la Iglesia a vivir la fraternidad y la solidaridad de forma cercana y concreta, con alegría y esperanza. Por ello, el mensaje central de la Campaña ha sido: “Cuidémonos mutuamente”.

 

Seguimos sumergidos como comunidad humana en una crisis sanitaria que ha conmovido los cimientos de nuestra sociedad desarrollada, de nuestros proyectos económicos y políticos; una crisis que nos está haciendo replantear nuestra mirada sobre el ser humano, el derecho a la vida, el respeto a su dignidad y derechos.

 

Hoy, más que nunca, se pone a prueba nuestra responsabilidad frente a los otros. Hoy más que nunca se nos exige dar testimonio de nuestra fe. Por ello hemos de caminar unidos como familia que somos, hijos y hermanos de un mismo Padre. Hoy más que nunca, cómo Iglesia y comunidad cristiana, hemos de apoyarnos unos a otros, y cuidarnos mutuamente para no dejarnos vencer por el desánimo, la tristeza y la desesperanza.

 

Son muchos y variados los dramas que se han vivido y se viven en las familias, en las comunidades, en las residencias o centros hospitalarios. Tal como estamos ya no se trata de quien puede tener más o tener menos, de quien está sano o enfermo, sino de si estamos dispuestos a no dejar a nadie abandonado en la cuneta del olvido. La crisis sanitaria que vivimos nos implica a todos. Y si formamos parte de este mundo que es nuestro, hemos de poner de nuestra parte para que nadie se sienta solo o desamparado.

 

Del norte al sur, del este al oeste de nuestro hemisferio, no hay nadie que pueda escapar del dolor, de la enfermedad y la muerte. Estas son circunstancias propias e inevitables de la vida. Sin embargo, aunque marcados por el sufrimiento, podemos ayudarnos unos a otros a aligerar el peso de nuestras cargas. Unidos por la fe, animados por la caridad y aferrados a la esperanza en Dios, siempre podremos darle color a la vida, un toque de ternura capaz de endulzar hasta los momentos más aciagos.

 

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se describe una escena de la vida de las primeras comunidades cristianas:

 

“Los creyentes perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hech 2,42-46).

 

Sin duda alguna, los cristianos de las comunidades primitivas habían comprendido bien lo que significaba vivir como familia, como hijos y hermanos unidos en la misma fe. Ellos habían comprendido muy bien lo que había dicho San Pablo en su carta a los Filipenses: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5). Ahora nos toca a nosotros seguir la senda de fe que ellos nos han marcado a fin de ser también, en este y en todo tiempo, reflejo del corazón de Dios.

 

El Papa Francisco, en su Audiencia del 26 de agosto de 2020 decía: “Ante la pandemia y sus consecuencias sociales, muchos corren el riesgo de perder la esperanza. En este tiempo de incertidumbre y de angustia, invito a todos a acoger el don de la esperanza que viene de Cristo. Él nos ayuda a navegar en las aguas turbulentas de la enfermedad, de la muerte y de la injusticia, que no tienen la última palabra sobre nuestro destino final”.

Como Iglesia, celebraremos la Pascua del Enfermo y lo haremos iluminados por la fe en Jesucristo Resucitado. Que la fraternidad, la cercanía, la preocupación y el cuidado de unos por otros, sean los signos de vida y resurrección que compartamos en cada momento y que, especialmente en este tiempo, sirvan para iluminar de esperanza la vida de aquellos que, inevitablemente, están marcados por la oscuridad del dolor y la enfermedad.

No olvidemos: “CUIDÉMONOS MUTUAMENTE”.

CUIDEMOS a los enfermos, ellos CUIDAN nuestro espíritu cuando decae.

 

CUIDEMOS a los ancianos, ellos CUIDAN la sabiduría de nuestra alma.

 

CUIDEMOS a los pobres, ellos CUIDAN nuestro patrimonio espiritual.

 

CUIDEMOS a los profesionales sanitarios, ellos CUIDAN de nuestra salud.

 

CUIDEMOS a los agentes de pastoral, ellos CUIDAN la energía de nuestra entrega.

 

CUIDEMOS a nuestros sacerdotes, ellos CUIDAN del bienestar de nuestras almas

 

CUIDEMOS a nuestros obispos, ellos CUIDAN del rebaño y del redil.

 

CUIDEMOS a los que nos cuidan sin nosotros saberlo, ellos CUIDAN nuestra fe y nuestra esperanza en la promesa de Jesús: “Lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

 

CUIDÉMONOS MUTUAMENTE ya que, “Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos” (Mt 23, 8).

 

Que nuestra fe esté siempre acompañada por las obras, como dice el apóstol Santiago (Stg 2,14‑19), y que María, salud de los enfermos, cuide de ellos y a nosotros nos provea de la gracia necesaria para saber acompañarlos con amor.