Homilía de Mons. García Burillo en la Asunción de la Virgen María

Muchas felicidades a todos en esta fiesta de la Asunción de María, titular de nuestra catedral de Ciudad Rodrigo. Una fiesta de gran tradición en toda la Iglesia y particularmente en España. Este año, además, la fiesta de la Asunción responde a nuestros anhelos de esperanza y de eternidad que brotaron con fuerza durante la pandemia que hemos padecido y que todavía perdura. María Asunta al cielo ha sido la esperanza de los vivos y difuntos.

Hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada. Esta es la razón de nuestra alegría en la fiesta, al celebrar que la Virgen María, en cuerpo y alma, acompaña a su Hijo en la gloria. Y esta es nuestra esperanza en los momentos difíciles que hemos pasado, estamos pasando y previsiblemente continuarán en el futuro.

Mi saludo a los sacerdotes, autoridades y a cada uno vosotros, queridos fieles. ¿Qué significado tiene para nosotros esta fiesta? Lo exponemos en tres puntos: 1, breve historia del dogma de la Asunción; 2, precedentes de la fiesta; 3, Dios es nuestra esperanza.

Uno, breve historia.

Fue el 1 de noviembre de 1950 cuando el Papa Pío XII proclamó el dogma la Asunción de la Virgen María en estos términos: terminado el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Esta verdad de fe era ya conocida por la Tradición y afirmada por los Padres de la Iglesia. Era un aspecto relevante del culto tributado a la Madre de Cristo. Precisamente el culto a María constituyó la fuerza motriz que condujo al dogma: éste apareció no tanto como una fórmula de fe sino, sobre todo, como un canto de alabanza y de exaltación a la Santísima Virgen.

Este mismo sentimiento surge cuando se afirma que el dogma es proclamado para honor del Hijo, para glorificación de la Madre y para alegría de toda la Iglesia. De este modo la Iglesia expresa lo que ya venía celebrando la devoción del pueblo de Dios: la proclamación de la Asunción de María era sobretodo una liturgia de la fe, que ahora nosotros estamos celebrando.

 

 

Dos, precedentes de la fiesta.

En el Evangelio que acabamos de proclamar, María pronuncia unas palabras que apuntaban ya al futuro: Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. Es ésta una profecía dirigida a la Iglesia de todos los tiempos. El canto del Magníficat anuncia que la alabanza a la Madre de Dios, íntimamente unida a Cristo su Hijo, se daría en la Iglesia por siempre. Y al recoger estas palabras, san Lucas revela que la glorificación de María ya estaba presente en aquel primer momento y que él las consideraba como un compromiso de las comunidades cristianas del futuro. Las palabras de María nos recuerdan que es un deber de la Iglesia recordar la grandeza de la Virgen. Por tanto, queridos amigos, esta solemnidad nos invita a cantar la grandeza de María, uniéndonos a todas las generaciones.

Y ¿por qué María es glorificada precisamente por su asunción al cielo? San Lucas ve la exaltación a María en la misma felicitación de Isabel: Bienaventurada la que ha creído. El Magníficat es un himno de fe y de amor que brota del corazón de la Virgen. Ella vivió con fidelidad y guardó en su corazón las palabras de Dios a su pueblo, convirtiéndolas en oración: en el Magníficat la Palabra de Dios se convierte en palabra de María, una luz que la dispuso a acoger en su seno al Verbo de Dios.

Además, el evangelio de hoy nos recuerda la presencia de Dios en la historia cuando David transporta el Arca de la Alianza. El paralelo que hace el evangelista es claro: en espera del nacimiento de su Hijo, María es el Arca santa que lleva en su seno a Dios en medio de su pueblo, una presencia que es fuente de consuelo y alegría para todos. De hecho, Juan salta de gozo, danza en el seno de Isabel, a semejanza de David que también danzaba delante del Arca. María es la visita de Dios que produce alegría. Esta es la razón de nuestra alegría y de nuestra esperanza cuando pasamos por momentos oscuros de la historia como sucede en el tiempo presente. Acudamos a ella confiadamente.

 

Tres, Dios es nuestra esperanza.

Ahora podemos preguntarnos también: ¿qué ofrece a nuestra vida, la Asunción de María? La primera respuesta es: en la Asunción de María vemos que en Dios hay sitio para el hombre; Dios mismo es la casa con muchas moradas de la que nos habla Jesús. En Dios tiene su casa el hombre, y María, junto a Dios, no se aleja de nosotros, no va a una galaxia desconocida; quien va a Dios, se acerca también a los hombres porque Dios está junto a nosotros; y María, unida a Dios, está muy cerca de nosotros.

 De san Benito se dice que su corazón se hizo tan grande que toda la creación cabía en él. Estas palabras se cumplen mejor en María: María, unida plenamente a Dios, tiene un corazón tan grande que toda la creación cabe en ella, y la multitud de santuarios, dispersos por toda la tierra, así lo demuestran. María está cerca de nosotros, puede escucharnos, nos ayuda en todo momento. En Dios hay sitio para el hombre, ciertamente, pero María, Asunta al cielo, también nos tiene en su corazón, en ella también tenemos nosotros sitio.

Por otra parte, no sólo en Dios hay espacio para el hombre; sino que en el hombre también hay espacio para Dios. Nosotros cabemos en Dios y Dios cabe en nosotros. Lo vemos en María, que llevó en su seno al Hijo de Dios. En nosotros cabe Dios, y su presencia es imprescindible para que también nosotros podamos dar esperanza al mundo en estos momentos. Es la gran lección que hemos aprendido en la pandemia. Dejemos sitio a Dios en nuestras vidas, en nuestras costumbres y en nuestra cultura; y abramos nuestras puertas para que Dios entre en nosotros y sea la fuerza de nuestro vivir. Así lo hizo María diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Acogiendo a Dios, el horizonte de nuestra vida se hace mucho más rico y grande.

El mundo mejor que deseamos no sabemos cuándo vendrá. Sabemos que un mundo que se aleja de Dios no se hace mejor, sino que se degrada. Sólo su presencia puede garantizar un mundo nuevo. Porque la esperanza segura es que Dios nos aguarda, nos espera con María que hoy sube al cielo. No caminemos hacia el vacío. Yendo al otro mundo, nos espera la Madre, encontramos a los nuestros que han fallecido y encontramos el Amor sin medida. Esta es la alegría y la gran esperanza en la fiesta de la Asunción. Así sea