Una parroquia con historias de fe

Jóvenes, cofrades y voluntarios tejen la vida diaria en La Fuente de San Esteban con oración, servicio y comunidad

DELEGACIÓN DE MEDIOS

En La Fuente de San Esteban, la parroquia no es solo un templo: es una familia hecha de rostros, manos y voces que, día a día, la sostienen. Basta escuchar a los niños, a los jóvenes y a los mayores para descubrir que la vida parroquial se escribe con nombres propios y con historias de fe, servicio y tradición que atraviesan generaciones.

Marcos, Leonardo e Isaac son de los más pequeños de esta gran familia. Orgullosos de ser monaguillos, explican que les gusta ayudar al cura, «mejor que estar sentados en los bancos», porque así se sienten parte activa de la misa. “Aprendes canciones, oraciones y hasta te despejas del día”, dicen entre risas. Para ellos, servir en el altar no es una obligación, sino un regalo que les acerca más a Dios.

Otro rostro imprescindible es Manolo, conocido por todos como Manolo Canela. Con más de 100 años de tradición en su apodo familiar, se ha convertido en «el sereno de la iglesia». Tiene llave de todo y se encarga de cerrar el templo cada día, de reparar lo que hace falta, de preparar las andas en Semana Santa. “Lo hago con gusto, no por agradecimiento, me hace feliz colaborar”, asegura. Su vínculo con la parroquia se entrelaza con su propia historia familiar: conoció a su mujer el mismo año que cantó por primera vez las tradicionales candelas, y desde entonces, no ha dejado de poner voz y manos al servicio de su comunidad.

400 años de la cofradía del Santísimo Sacramento

El pasado y el futuro de la fe en el pueblo también se expresan en la cofradía del Santísimo Sacramento, con más de 400 años de historia. Jesús María Marcos, secretario de la hermandad, explica que cada tercer domingo de mes celebran la Minerva y que, aunque durante un tiempo estuvo en declive, ahora vive un impulso con la incorporación de jóvenes. Ya hay incluso mayordomos comprometidos para el 2026, lo que garantiza continuidad y vida para la cofradía.

Daniel, de 29 años, recuerda cómo desde la llegada del párroco, Anselmo, la vida juvenil en la parroquia ha cobrado un nuevo protagonismo. Belén viviente, representaciones de la Pasión, voluntariado en incendios, en la Dana o en los momentos difíciles del COVID:  “Es una forma de vivir la fe ayudando a los demás y difundiendo el Evangelio”, asegura.

Para Dori, la Virgen de las Candelas es mucho más que una devoción: es la historia de un milagro. Tras encomendarse a ella, recibió el regalo de un hijo que le dijeron que nunca llegaría tras visitar varios médicos, y desde entonces, dedica su tiempo y su corazón a cuidarla, ponerle flores y atender la capilla.

María Ascen cuenta que su servicio nació en familia: desde niña ayudaba a su madre en la limpieza del templo, y más tarde fue mayordoma de la Virgen de los Dolores junto a sus hermanas. Hoy es catequista, lectora y miembro de la junta económica. “Vivo la fe de forma intensa y creo que para que los demás puedan vivirla tienes que echarles una mano, como nos la echaron a nosotros”.

También Candelas, de la “vieja escuela”, asegura que nada le aparta de la parroquia ni de su párroco: “Le tenemos como el hijo de todas, es el más joven”. Para ella, la Virgen lo es todo, y guarda su ropa en casa, y la parroquia también, «colaboro en todo lo que me digan». 

Cuando la parroquia se convierte en casa

Otras mujeres como Jose, Luisi y Charo confiesan que la iglesia les ha dado vida en los momentos más difíciles. Viudedad, soledad o enfermedad encontraron respuesta en la comunidad y en el servicio. “Aquí he encontrado paz y fuerzas para seguir adelante”, dice Luisi. Catequesis, limpieza, lecturas, economía, apoyo social a migrantes o enfermos… todo forma parte de su día a día. “Si haces bien al prójimo, lo tienes todo hecho”, recuerda Charo, citando a un sacerdote que marcó su vida.

Al frente de todos ellos está Anselmo Matilla, el párroco desde hace nueve años. Llegó y se sintió «como en casa». Hoy se confiesa afortunado: «Me ha tocado la lotería con estos pueblos y doy gracias a Dios por ello”. Subraya la riqueza de la comunidad: 40 niños de catequesis, un equipo de 15 catequistas, un grupo fuerte de lectores, voluntarios que cuidan de cada detalle y feligreses que entienden la parroquia como su casa. «Es una maravilla –asegura– porque no lo hacen como un favor al cura, sino como algo sinodal: sienten la parroquia como algo suyo, como su casa».

La parroquia de La Fuente de San Esteban es, en definitiva, una gran familia. Niños, jóvenes y mayores sostienen con alegría la vida de la comunidad. Cada llave que se cierra, cada flor que se coloca, cada lectura, cada catequesis, cada procesión o cada gesto solidario hablan de un pueblo que no se entiende sin su parroquia. Una casa de todos, levantada día a día con nombres propios.