El vicario de pastoral, Antonio Risueño, celebra la elección del papa León XIV como una gran alegría para la Iglesia
ANTONIO RISUEÑO. VICARIO DE PASTORAL
La alegría que suscita este nuevo papa, con una inmensa formación, y grandes raíces en nuestra propia cultura, significa, para toda la Iglesia en general, y para nuestra Iglesia local de Ciudad Rodrigo en particular, una determinante llamada a la escucha.
Siendo de singular importancia todos los datos, relaciones y detalles, que se nos han dado del cardenal Prevost; adquiere una dimensión fundamental su mensaje: el Evangelio que ha recibido a lo largo de toda una vida misionera, en multitud de servicios, y articulada dentro de la vida religiosa en la orden de San Agustín. Un Evangelio que, sin dejar de hacerlo crecer en este tramo de su vida, ahora nos lo devuelve a toda la Iglesia universal.
El papa León XIV ha querido ser fiel instrumento del Espíritu del Padre Dios, recordando la nuclear importancia que, para los cristianos, tiene la paz, a la vez que evoca el primer deseo de Jesús resucitado. La paz es causa y consecuencia de la alegría, que solo puede ser “desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios”; dejando claro que esta solo llegará por la no violencia, desvinculada de planes y actitudes agresivas, y se mantiene en el tiempo, al margen de los resultados. Esa es la paz de Dios que el papa nos ha mostrado desde el primer momento, que es don y tarea para todas las personas y en los ámbitos más cotidianos.
También ha hecho constar el amor que Dios tiene a todas las personas, recordando: “Dios los quiere mucho, Dios ama a todos y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios”. Ayudándonos a todos los cristianos a entrar en la confianza a la que nos lleva la fe en un Dios absolutamente amoroso. Un amor que todos recibimos de Dios Padre y del que hemos de hacer resonancia de Él dándolo allí donde estemos. Y eso solo se puede hacer dejando nuestra vida en el empeño de desnormalizar el mal.
León IV inicia su papado recordándonos que los cristianos no somos maestros, sino discípulos: “Seamos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz; la humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por el amor de Dios”. El pontífice hizo hincapié en la necesidad de que no solo tendamos puentes de diálogo, sino que nuestras vidas sean verdaderos puentes entre la luz de Dios y un mundo ensombrecido, pero absolutamente amado por Dios. Todo ello, en clave de misión abierta y entregada a tantas realidades que buscan constantemente caminos que llenen la vida de sentido.
La sinodalidad en la que la Iglesia del siglo XXI está embarcada no escapó de entre sus destacadas menciones, mostrándose como un caminante que acompaña y es acompañado en la senda hacia el Reino, cuestión que subrayó con la conocida cita agustiniana: «Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo». Esto le dio pie a saludar y recordar con cariño a la diócesis peruana de Chiclayo, a la que atendió desde el servicio episcopal y la que se dirigió en tono agradecido y de admiración: “Donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”. Una fidelidad absolutamente ineludible por parte del pueblo cristiano, que sirve de contrapunto a esta cultura que abraza el evento y desdeña el imprescindible proceso, como punto de apoyo que nos lleve a una verdadera calidad de vida evangélica: una vida “que busque siempre la paz, que busque siempre la caridad, estar cerca de quienes sufren”. No podían faltar los pobres nunca en el pensamiento y el corazón del pastor de toda la Iglesia.
Estas palabras llenas de contenido, que el Señor pone en nuestras vidas por medio de León XIV y que hemos acogido en medio de la novedad —y a las que se sumarán muchísimas más—, pueden servir, y de hecho sirven, de pistas por las que la Iglesia ha de adentrarse de lleno en este siglo XXI. Es un mensaje por el que nuestra Iglesia local de Ciudad Rodrigo, se da por aludida, acogiéndolo y buscando la adaptación coherente a nuestra realidad; sin perder la esencia evangélica, que sin duda nuestro nuevo papa quiere hacer crecer en el mundo.
