Con motivo del Corpus Christi, el obispo de Ciudad Rodrigo dirige una carta a la comunidad diocesana en la que invita a vivir la fe desde la fraternidad y el compromiso con los más vulnerables
Celebramos el domingo 22 la solemnidad del Corpus Christi. Esta fiesta es un acto de culto público a la Eucaristía, sacramento en el que el Señor se nos entrega para ser alimento para nuestra vida, y permanece presente también más allá del momento de la celebración, para estar siempre con nosotros, a lo largo del paso de las horas y de los días. Por eso, el lugar más sagrado en las iglesias es precisamente el sagrario, donde se custodia la Eucaristía. La Eucaristía constituye el “tesoro” de la Iglesia, la valiosa herencia que el Señor le ha legado. La Eucaristía es el Señor Jesús que se entrega “para la vida del mundo”. En todo tiempo y en todo lugar, Él quiere encontrarse con el hombre, estar cerca de él y llevarle la vida de Dios.
En la Última Cena, Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final, para haceros llegar la bendición de Dios». Celebrar la Eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano y más divino. Celebrar la Eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.
Existe un riesgo importante: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la Eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad. No podemos pedir al Padre «el pan nuestro de cada día» sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos.
La fiesta del Corpus Christi se caracteriza por la tradición de llevar el Santísimo Sacramento en procesión; un gesto lleno de significado. Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas de nuestros pueblos y ciudades, queremos introducir el Pan bajado del cielo en nuestra vida diaria; queremos que Jesús camine por donde nosotros caminamos, que viva donde vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia, nuestras calles, nuestra propia casa, nuestro propio corazón deben transformarse en su templo.
De la comunión con Cristo Eucaristía brota la caridad, que transforma nuestra existencia y sostiene nuestro camino. La fiesta del Corpus Christi nos pide que no nos quedemos encerrados en nosotros mismos, sino que salgamos y vayamos allí donde están unos hijos de Dios y hermanos nuestros que necesitan ayuda, que sufren situaciones injustas.
Un cristiano que celebra y adora la Eucaristía se compromete de lleno al servicio, al testimonio y a la solidaridad con los hermanos; es decir, a la vivencia del mandamiento nuevo del amor: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Por eso, en este día del Corpus Christi se nos recuerda, a través de la organización de Cáritas, que el sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos.
Son siempre actuales las palabras del obispo Crisóstomo: “Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez”.
Con mi afecto y bendición. Vuestro obispo,
+ José Luis Retana, obispo de la Diócesis de Ciudad Rodrigo
