Homilía de Mons. Jesús García Burillo en la Epifanía del Señor

En la solemnidad de la Epifanía del Señor, saludo cordialmente al Cabildo catedral y a cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas. En especial a los niños, estén aquí o en casa con los juguetes. Basados en la tradición de los regalos que los Magos trajeron a Jesús, la noche pasada ha sido feliz para vuestros hijos o nietos y quizás también para vosotros. Una fiesta familiar que viene de lejos. Recordamos la historia de esta tradición comenzando por Isaías.

“Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos. Levántate; brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti.. Te cubrirá una multitud de camellos y dromedarios. Todos de Sabá llegan trayendo oro e incienso”.

¿A qué se refiere el anuncio de una luz en medio de la oscuridad y los regalos que llegan de lejos? Las palabras del Profeta nos muestran un ambiente social de oscuridad. Se refieren al destierro de Israel, aunque ya se ve próximo el final. Los desterrados están cerca del retorno a su patria. Y muchos, venidos de fuera, vendrán con camellos y dromedarios, cargados de regalos, a restaurar la ciudad de Jerusalén. Tesoros traídos en barcos devolverán la riqueza que la ciudad no debió perder. Vendrán gentes con oro e incienso procedentes de Sabá. Por eso, en medio de la oscuridad, el Señor está a punto de iluminar la vida los habitantes de Jerusalén. Cuando esto suceda, la gloria del Señor alumbrará con resplandor la ciudad, y el sol y la luna serán testigos de un nuevo amanecer. Esta restauración no será fruto del esfuerzo humano, sino don del Señor, que se manifiesta por medio de pueblos lejanos para traer a Jerusalén la luz y la restauración anhelada.

Este anuncio de Isaías proclama, por consiguiente, la universalidad de la salvación. Jerusalén era considerada por los judíos como el lugar privilegiado de la presencia de Dios, la Ciudad Santa, el centro espiritual de Israel. Pero ahora, otros pueblos lejanos, que no conocen a Dios, son convocados para venir en ayuda y proteger la ciudad: “la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos”. La salvación, por consiguiente, no viene ahora de la ciudad santa, sino de pueblos lejanos, que vienen a socorrer y a salvar la ciudad, conquistada e incendiada.

La carta de san Pablo a los efesios expone esta misma idea. Ahora se ha revelado el proyecto de Dios sobre la humanidad. Un proyecto que ha estado durante siglos oculto, de modo misterioso. Este proyecto consiste en que los paganos son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo. Esta revelación recibida por Pablo trastoca la idea de salvación mantenida hasta entonces, que se anunciaba exclusivamente para el pueblo elegido. Ya que, de hecho, está destinada para alcanzar a la humanidad entera.

Igualmente, el relato del evangelista Mateo ofrece el mismo concepto de salvación. Los Magos son unos científicos paganos según la concepción hebrea, inquietos desde su especialidad de astrólogos, abiertos a recibir un futuro esperanzador. Al descubrir una estrella nueva se preguntan si no será el signo que anuncia la llegada de un Mesías para la humanidad. Y, lanzándose a la aventura, siguen el rastro de aquella estrella que les guiará hasta Judá y, después de arriesgadas pesquisas, les conducirá hasta el Mesías, el Salvador del mundo.

En efecto, según la tradición judía, la estrella era el símbolo del Mesías, el hijo de David. Lo que los Magos hacen, conocedores de esta tradición, es buscar valiente y decididamente el lugar al que les conducirá la estrella, que no será otro sino el lugar del nacimiento del Mesías, hijo de Dios.

De este modo, los Magos, provenientes del lejano oriente, alejado de la tierra de las promesas divinas, llegan a la región de Judea, para preguntar a Herodes: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Ellos preguntan por el rey de un territorio menor, pero su misma búsqueda y presencia en Judea y luego en Belén, demuestra que este Mesías no es sólo rey de Judea, sino también rey de los Magos y rey universal, a quien vienen a adorar y ofrecer sus dones.

El 21 de diciembre del año pasado se pudo ver la llamada “Estrella de Navidad”, la conjunción entre los planetas más grades de nuestro sistema solar, Júpiter y Saturno, probablemente la misma que acaeció en tiempos de Jesús. Un encuentro planetario que sucede cada 20 años, aunque hacía ya 800 años que este fenómeno no era contemplado de noche.

Lo cierto es que, en aquellos tiempos, bullía en el ambiente la expectativa de que surgiría en Judá un dominador del mundo. Los Magos, por consiguiente, además de científicos, eran personas de inquietud interior, de esperanza en la salvación, hombres religiosos en búsqueda de la verdad y del verdadero Dios. Los Magos son precursores de los buscadores de la verdad de todos los tiempos. ¿Tenemos nosotros esta inquietud por el futuro o sólo nos ocupamos del presente inmediato, de los regalos que nos hacen felices por un momento?

Cabe pensar que otros astrónomos contemplaron el mismo fenómeno astronómico, pero se quedaron en casa con la incertidumbre y sin hallar la respuesta de aquellos signos que les hubieran llevado a la verdad. Habrían sentido la necesidad, pero no hicieron nada por encontrar la respuesta. A los jóvenes que esto hacen el Papa los llama “amigos del sofá”. Los Magos en cambio, sintieron la inquietud interior y respondieron dejándolo todo y lanzándose al camino arriesgado que los conduciría a Belén. Probablemente pasaron penurias, dificultades, y se encontraron quizás con puertas cerradas como José y María, pero ellos siguieron fielmente el rastro que les ofrecía la estrella hasta llegar a la meta.

Para el evangelista Mateo, autor del relato, Jesús es el nuevo Moisés, el definitivo Salvador no sólo de Israel, sino de toda la humanidad. Recordemos que Moisés, siendo niño, fue perseguido por el Faraón en Egipto, y que ahora Jesús también es perseguido por un nuevo Faraón, el rey Herodes. Moisés fue el mesías que condujo a su pueblo por el desierto hasta la liberación y la salvación en la tierra prometida, mientras que Jesús también hubo de pasar por Egipto, huyendo de Herodes, y al regresar a Galilea, conduciría a su pueblo, más aún, a toda la humanidad hasta la plena salvación.

El misterio de los Magos, la epifanía o manifestación de Dios a todos los pueblos, se nos muestra hoy también a nosotros, queridos hermanos. En medio de la oscuridad de los tiempos, tenemos la oportunidad de caminar valientemente, descubrir y postrarnos ante el único que nos puede salvar. Esta mañana lo tenemos aquí. ¿Seremos nosotros como los Magos, que salieron de sus casas al encuentro de la estrella o, por el contrario, seremos como los astrólogos que permanecieron en sus casas, tranquilos, renunciando a la llamada interior, y se quedaron sin conocer el gran acontecimiento que señalaría una era nueva para la humanidad?

Ahora nosotros sabemos que la estrella nos conduce hasta Jesús. Que no estamos solos, que Dios está con nosotros, que estamos salvados y redimidos y que, a pesar de las apariencias, la salvación universal ha llegado a la historia por un camino feliz. Nuestra meta es Jesús, el Hijo de Dios a quien nos muestra la Virgen madre. Arriesguemos y contemplemos, como los Magos, aquel personaje que señala la estrella y que trae la salvación a la humanidad.