El obispo de Ciudad Rodrigo recuerda en su escrito que la santidad es una llamada para todos e invita a vivirla en las circunstancias concretas de cada día —en el trabajo, en la familia, en las relaciones—, caminando juntos como pueblo de Dios, con gratitud y compromiso en la fe

Queridos diocesanos:
El día 9 de noviembre, coincidiendo con la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán y con el lema: “Tú también puedes ser santo”, celebramos el Día de la Iglesia Diocesana.
La diócesis, a la que tanto queremos, es esa porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al obispo, por lo que todo aquel que se siente verdaderamente miembro del pueblo de Dios está en disposición de caminar en comunión con sus hermanos, bajo la guía de su pastor.
Por tanto, todos y cada uno de los miembros de este pueblo de Dios, cada uno desde nuestra propia vocación nacida de nuestro bautismo, caminamos juntos y seguimos a Cristo juntos. Todos los bautizados entregamos nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestra aportación económica y nuestros carismas. Con esta entrega, construimos la Iglesia en nuestra realidad más cercana: nuestra diócesis, nuestra parroquia, nuestro movimiento. Tomemos conciencia de las implicaciones de nuestra fe y de la necesidad de vivirla en comunidad, alimentándola en la celebración de los sacramentos y compartiéndola con los demás en el compromiso cotidiano.
Esta pertenencia es consecuencia del bautismo. El bautismo nos ha trasformado. San Pablo nos dice que por el bautismo nos incorporamos a Cristo. Y la consecuencia tiene una palabra: santidad. Estamos llamados a ser santos, a ser imitadores de Cristo, a ser otros cristos. San Pablo llama en sus cartas a los primeros cristianos “los santos”.
La santidad no es para unos pocos, nos ha recordado el Concilio Vaticano II. Hay una llamada universal a la santidad: en nuestras circunstancias concretas, en nuestra edad concreta, en nuestra vida concreta. Es ahí donde Dios nos espera: en el trabajo de cada día, en nuestras relaciones personales, sociales, familiares. Es ahí donde hemos de descubrir y poner en acto las exigencias de nuestro bautismo.
El papa Francisco, en su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, afirma: “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (Lumen Gentium, nº 9). El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso, nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en la dinámica de un pueblo”.
A ese pueblo pertenecemos, acompañados de ese pueblo seguimos a Cristo y, en Él, nos hacemos santos. Amémoslo y ayudémoslo corresponsablemente. María es —decía san Juan Pablo II — lo que debe ser la Iglesia, lo que debemos ser cada uno de nosotros.
Con mi afecto y bendición.
Vuestro obispo,
+ José Luis Retana