A vueltas con la sinodalidad

El vicario de pastoral, Antonio Risueño, invita en este artículo a mirar con realismo y esperanza el camino sinodal que la Iglesia recorre

 

El hecho de llevar cuatro años inmersos en la continua insistencia por la que se nos recuerda, una y otra vez, que la Iglesia es, por naturaleza, sinodal; o sea, un camino sin retorno y hecho entre todos; nos hace recordar que el objetivo más próximo del Sínodo, es hacer un camino personal y comunitario, que aúne lo espiritual con lo intelectual y lo diariamente vital en nuestra vivencia diaria, como hombres y mujeres de fe. Consiste en hacer un recorrido en espiral que, aunque parezca que damos vueltas siempre alrededor de lo mismo, realmente estamos haciendo desde distintas posturas, que nos aportan distintas perspectivas, y experimentamos diferentes visiones de una misma cosa. En este caso, de la Iglesia en su esencia más evangélica.

La búsqueda de unos objetivos concretos, que no se alcanzan con ninguna facilidad, nos puede provocar dos reacciones igualmente negativas. Por un lado, un hastío que provoque la necesidad de terminar el proceso; y, por otro lado, una paralizante ansiedad acompañada la consiguiente decepción por no hallar los supuestos frutos que se buscan. Una ansiedad que deriva en una parada en seco que, sin duda, hará retroceder alguno de los pasos dados previamente hacia adelante.

No es en vano, advertir que, cuando la Iglesia, tradicionalmente, ha insistido sobre distintos aspectos, es por que estos presentaban importantes deficiencias. Razón suficiente para que el pueblo de Dios, se dé por aludido, en este momento histórico y abra su corazón, sin reservas, al soplo del Espíritu, que nos llega con este proceso de incorporación de actitudes y practicas sinodales. El caminar juntos tiene su raíz y fundamento en el Dios Trinitario que fundamenta nuestra fe, personificado en la tierra por Jesucristo, que caminó en la predicación del Reino, siempre con otros; lo que hace de la sinodalidad algo no opcional, si no nuclear e irrenunciable en la vida de la Iglesia.

El allanamiento de todo aquello que pueda suponer poder en lugar de servicio y apariencia en lugar de autenticidad evangélica entra dentro un proceso de conversión cristiana sin final ni retorno, lo que implica un continuo ejercicio de revisión de nuestra forma de ser Iglesia, con el Evangelio como medidor de todo lo que pensamos, decimos y hacemos los miembros del pueblo de Dios.

Recientemente, el papa León XIV advertía cómo relacionamos todo lo relativo a la fe —celebraciones y demás manifestaciones cristianas— con la cultura, en lugar de relacionarlo de forma auténtica con los valores evangélicos. Unos valores evangélicos que solo podemos abrazar y hacer nuestros si los vivimos en el seno de la comunidad cristiana, en proceso personal, pero ineludiblemente compartido.  

Por eso, entrar en el camino sinodal, tras un milenio caminando en otra dirección, exige paciencia activa, que nos permita no renunciar cuando no se vean los cambios de actitud necesarios en la Iglesia del Señor. Una paciencia que nos ayude a avistar un horizonte que, en esta vida, nunca alcanzaremos —la plenitud evangélica— pero que si nos permitirá adentrarnos más y más en sus luminosos caminos.

Hemos entrado en una fase, en nuestra Iglesia de Ciudad Rodrigo, en la que volveremos a trabajar el Sínodo, esta vez desde su documento final, al cual le daremos vueltas buscando concreciones, eso sí, pero empeñados en andar de nuevo el camino con calma.

Es de suma importancia concienciarnos de que la condición sinodal ha ser piedra de toque e interpelación en nuestro recorrido como Iglesia del Señor. Y que la ansiedad por llegar en poco tiempo, a donde, tal vez, nunca estuvimos, no puede estropear este fundamental camino que el papa Francisco trazó para este tercer milenio.

Antonio Risueño, vicario de pastoral