El teólogo y exdirector del Instituto Superior de Pastoral de Madrid abrirá este sábado el curso pastoral 2025-2026 de la Diócesis de Ciudad Rodrigo con una ponencia sobre la espiritualidad sinodal, eje de la programación diocesana de este año
DELEGACIÓN DE MEDIOS
El exdirector del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, Antonio Ávila Blanco, abrirá este sábado, 20 de septiembre, en el Seminario «San Cayetano», el curso pastoral 2025-2026 en la Diócesis de Ciudad Rodrigo, con la ponencia: “Dimensiones de la espiritualidad sinodal en el aquí y ahora de nuestra diócesis”. En esta entrevista reflexiona sobre la importancia de la espiritualidad en clave sinodal, que será el eje central del trabajo pastoral de la diócesis durante todo este curso.
– El título de su ponencia habla de la espiritualidad sinodal. ¿Por qué es importante este tema ahora?
Porque estamos en pleno proceso de implementación de las conclusiones de la Asamblea general del Sínodo sobre la sinodalidad. Y una de las cosas que permanentemente, en todo el proceso, se ha venido insistiendo es que no basta con un cambio de estructuras, sino que hace falta una conversión personal, comunitaria y pastoral. Y esto supone una espiritualidad. De manera que la espiritualidad es una línea transversal que viene recorriendo todo el proceso sinodal que tenemos entre manos. Siendo una cosa realmente importante, no le hemos prestado muchas veces la suficiente atención, así que me alegra que la Diócesis de Ciudad Rodrigo me haya pedido abordar este tema.
– ¿Cómo podríamos vivir hoy esa espiritualidad de la que habla desde esa clave sinodal?
La espiritualidad sinodal no es una espiritualidad de evasión, de yo alejarme de la realidad, sino todo lo contrario: es una espiritualidad de encarnación. El objetivo fundamental que tiene es que cada uno de los creyentes, en comunión con toda la Iglesia, especialmente con aquellos creyentes que tiene más cerca: la Iglesia local, la diócesis, la parroquia, sus convecinos, sus grupos de base,… compartan la experiencia del encuentro con Dios y saquen de ello todas las consecuencias para la vida cotidiana y la vida práctica.
¿Cuáles son esas consecuencias? Pues una primera: que el Dios que reconocemos es el Dios de la misericordia y del perdón. Y, por lo tanto, igual que el padre del hijo prodigo tiene los brazos abiertos para recibir a cualquiera que se acerque, venga en la condición que venga, la Iglesia y cada uno de los cristianos, a partir de esa experiencia de Dios, de esa espiritualidad sinodal, debemos ser hombres y mujeres con los brazos abiertos en señal de acogida, de manera que hagamos de la Iglesia una casa común compartida por todos.
Un segundo aspecto que lleva este tipo de espiritualidad es que, para esto, nosotros tenemos que estar en permanente revisión de nuestras actitudes, en permanente conversión y en permanente crecimiento personal y comunitariamente. De manera que estemos siempre atentos a transparentar el Evangelio, y transparentarlo con una claridad meridiana. Porque el objetivo último de todo el proceso sinodal es hacernos conscientes que nuestra misión es hacer presente el Evangelio en el mundo. Hacerlo por lo que decimos, pero sobre todo por cómo somos. Y eso supone que nuestra espiritualidad es una espiritualidad fundamentalmente misionera.
– ¿Cómo podemos sostener nuestra fe en medio de las dificultades desde ese punto de la espiritualidad?
Pues cuidando y cultivando el encuentro personal con Dios. ¿Cómo se hace esto? Primero dedicando algunos espacios y algunos tiempos, donde paramos un poco en el quehacer cotidiano y en las tareas que tenemos todos, para sentarnos tranquilamente y ponernos en la presencia de Dios y charlar con Él.
Igual que un matrimonio no se mantiene si no se cuida, pues una espiritualidad no se mantiene si no se cuida. Para eso no solo hay que sentarse en la presencia de Dios y guardar silencio, sino guardar silencio para ponernos a la escucha. ¿A la escucha de qué? De su Palabra. Es necesario que cojamos la Escritura y reflexionemos sobre ella.
Segundo, es necesario que estemos a la escucha de lo que a nuestro alrededor ocurre. Hoy no creo que ninguno de nosotros pueda ser cristiano sin tomar conciencia de la situación de violencia tan brutal que estamos viviendo en este momento, y de la cantidad de personas que están sufriendo por la guerra y tantos tipos de violencia.
Y, en tercer lugar, es necesario que nos pongamos a la escucha de nosotros mismos, de eso que palpita en nuestro interior, nuestros deseos, nuestras esperanzas, nuestros miedos, nuestras frustraciones,… para hacerlo todo lo más evangélico posible, de manera que potencia y no imposibilite el vivir cristianamente en medio del mundo. Es necesario que miremos a nuestro entorno, a la obra creadora de Dios, para sentir que no estamos dejados de su mano y poderle alabarle y bendecirle.
– Como teólogo y profesor, ¿qué mensaje daría a los agentes de pastoral de la diócesis para comenzar este curso?
Les daría tres pistas. La primera: potenciar una espiritualidad sinodal seria y profunda. Hay una segunda cuestión importante y es la formación. Hay muchas veces que tenemos buena voluntad, pero la buena voluntad llega hasta donde llega. Y hay momentos en que uno echa en falta tener una mejor formación para poder ayudar a potenciar aquellas responsabilidades que cada uno de nosotros tenemos. Y una tercera: que no seamos francotiradores, sino que trabajemos en equipo, en comunión, con el resto de los cristianos en proyectos comunes.
