El obispo presidió el Oficio de la Pasión y Muerte del Señor este Viernes Santo en la Catedral de Santa María, con una liturgia marcada por el silencio, la austeridad y la contemplación del misterio de la cruz
DELEGACIÓN DE MEDIOS
Este Viernes Santo, la Catedral de Santa María de Ciudad Rodrigo acogió por la tarde el Oficio de la Pasión y Muerte del Señor, presidido por el obispo, Mons. José Luis Retana. La celebración comenzó con la procesión de entrada en silencio del obispo, el canónigo Vidal Rodríguez y el diácono permanente, Daniel Mielgo. La ausencia de cantos y el altar desnudo marcaron el inicio de esta liturgia sobria, propia de este día de recogimiento.
Al llegar al altar, todos realizaron una reverencia, como signo de adoración y respeto, y se dio paso a la liturgia de la Palabra, en la que se proclamaron los textos del misterio de la Pasión: el Canto del Siervo de Isaías, el Salmo 30, un pasaje de la Carta a los Hebreos y la proclamación del evangelio según San Juan sobre la Pasión del Señor.
Después, tomó la palabra el obispo, y en su homilía ofreció una meditación sobre el sentido del sufrimiento, del amor de Dios y la esperanza que brota de la cruz. Dese el primer momento invitó a los fieles al silencio interior y a contemplar con gratitud el misterio de la Cruz: “Hoy es Viernes Santo. Ante lo que celebramos, realmente, sobran las palabras, se quedan cortas y debería imponerse un silencio orante, contemplativo, agradecido”. Mons. Retana recordó que la cruz está en el centro de la fe cristiana: “La cruz es la gran escuela del amor y la sabiduría de un Dios clavado y con los brazos abiertos. Es respuesta de amor. Es sabiduría”.
Cristo padece con nosotros
Explicó que, aunque la cruz sigue siendo un misterio difícil de comprender y es también el lugar donde se revela la compasión infinita de Dios: “la Cruz del Señor nos recuerda que nadie que sufra está, realmente, solo” y se refirió al sufrimiento humano como un lugar de encuentro con Él: “Cristo padece con nosotros para estrechar fuertemente nuestra mano, sanar nuestras heridas y abrir en nuestras vidas un horizonte de esperanza. Jamás nos abandona. Él es nuestro verdadero Cireneo”.
Mons. José Luis Retana destacó el amor que aún hoy se entrega de muchas formas, en hospitales, familias, gestos de solidaridad y llamó la atención sobre los calvarios de hoy: el paro, la pobreza, las guerras, la enfermedad, el dolor en las familias… “Cristo sigue clavado en la cruz en tantos hermanos nuestros”, afirmó.
Y, citó a San Juan Pablo II para explicar que el sufrimiento, especialmente el de los inocentes, nos pone misteriosamente en contacto con la cruz de Cristo. Además, advirtió sobre el riesgo de vaciar la cruz de su significado cuando se convierte solo en un adorno o costumbre sin compromiso: “Poner la cruz en todas partes… no garantiza una vida cristiana”. En este punto, destacó que solo si la aceptamos con fe, el dolor puede purificarnos y transformarse en virtud: “La cruz nos prueba, nos aquilata, nos purifica, nos sana… La paciencia es una virtud capital para toda la vida”.
Antes de concluir, quiso dejar claro que la cruz no es signo de derrota, sino de esperanza: “El signo de la cruz no es un signo de fatalidad, sino de esperanza”, porque en ella encontramos a un Dios que no huye del dolor humano, sino que lo habita y lo transforma.
El obispo terminó su homilía invitando a todos a dar gracias por el amor de Dios y a confiar en Él: “Abrazarnos al leño de la cruz”, dijo, dejando que Cristo nos ayude en nuestras cruces, dejando que «sus heridas nos sanen” y podamos acompañarle “a llevar las cruces de nuestros hermanos”.
A continuación, tuvo lugar la adoración de la cruz. Uno a uno, los fieles fueron acercándose a venerarla, reconociendo en ese madero el amor entregado por Dios, signo de salvación.
La celebración concluyó con la comunión, con el pan consagrado en la Cena del Señor el Jueves Santo, y una despedida sin bendición final, como es propio del Viernes Santo, en silencio, esperando ya la luz de la Resurrección.




