Curso 2014-2015

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Raúl Berzosa: «Sólo el que ha tenido experiencia de Dios puede hablar de Dios»

 

Muy queridos hermanos sacerdotes, muy queridas consagradas, muy queridos todos:

Os hablo todavía bajo el impacto vivido en Monterrey (Mexico) durante la semana pasada. Un Retiro para más de más de 900 sacerdotes, por un lado y, otro, para más de 500 laicos. Con un denominador común: la conversión sincera a nuestro Señor Jesucristo. He sido testigos de verdaderas y profundas conversiones de vida, especialmente entre los sacerdotes, y de la presencia viva de Jesucristo y de su Espíritu, en una Iglesia joven y misionera.

Si me lo permitís, doy gracias esepcialmente a Dios por haber conocido al obispo agustino, Mons. D. José Azcona, sirviendo en una Prelatura territorial brasileña, en plena selva Amazónica. Amenazado de muerte, desde hace años,  por denunciar a los traficantes de mujeres. Con sus 74 años, es un testigo coherente y apasionado de Jesucristo. En resumen, he vuelto a revivir la catolicidad y la presencia de hombres y mujeres llenos de eso que la Palabra de Dios denomina como “parresía” o la valentía apostólica de vida y de predicación, que sigue regalando el Espíritu Santo.

Nos situamos aquí y ahora. Comenzamos un curso pastoral nuevo, dentro de la post-asamblea diocesana, y marcado por el mensaje de Evangelii Gaudium del Papa Francisco, como os he recordado hace algunos momentos en el Hospital de la Pasión. Por eso me permito ser breve en este sábado,  en el que la Iglesia celebra la memoria de San Vicente de Paul. Felicidades, hijas de la Caridad por tanto bien como hacéis a nuestra Diócesis.

Nos centramos en las lecturas de hoy. De la primera, tomada del libro del Esclesiastés, me detengo en los siguientes versículos: “Alégrate, joven, durante tu juventud, disfruta de corazón tus años jóvenes. Sigue el camino que te indique el corazón… pero no olvides que de todo ello te pedirá cuenta el Señor”. Hermanos y hermanas: la Asamblea Diocesana ha querido ser, con la fuerza del Espíritu, como un rejuvenecer de nuestra Iglesia. Hemos gozado y disfrutado de la gozosa novedad de convivir en comunión fraterna y de recobrar nuevos alientos para la misión. Pero no olvidábamos que el Señor nos pediría cuentas; es decir, que lo que hemos vivido no es sólo ni principalmente para nosotros. La comunión era para la evangelización; o, con palabras del Papa Francisco, queríamos una comunión misionera. No va a ser fácil.

El Evangelio nos lo advertía: “así como el Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres y le maltratarán”, así nosotros, los evangelizadores, estaremos a merced de aquello que la providencia nos depare en este kairós (tiempo de gracia) que nos ha tocado vivir. No son momentos fáciles ni para los profesores de Enseñanza Religiosa Escolar ni para los Catequistas y los Agentes de Liturgia y Pastoral ni para los Voluntarios de la Pastoral de la Caridad, a quienes hoy entregaremos, simbólicamente,  la “missio”, el rito “del envío”. El papa Francisco lo viene advirtiendo con claridad en sus palabras y en sus escritos: “La lógica de la cruz y la cruz son necesarias. La fecundidad del evangelio no puede ser ni el éxito ni el fracaso. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz, o cuando confesamos un Cristo sin la cruz, no somos discípulos del Señor; somos mundanos”.

En medio de las experiencias buenas y malas de este curso, ojalá sepamos cantar lo que en el salmo 89 hemos recitado:

“Ten compasión de tus siervos. Por la mañana, sácianos de tu misericordia… Baje a nosotros la Bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos”.

Hermanos y hermanas: como ya sois conscientes de ello, el  objetivo de pastoral de este curso pastoral lleva como lema: “Ser ante sus ojos, para dejar que el Señor vuelva tocar nuestra existencia”.

Ser ante sus ojos, quiere decir dejarnos mirar por Él para ver nuestra realidad como Él la ve, para vernos a nosotros como Él nos ve, para ver a los demás como Él los ve. Ser ante sus ojos quiere decir que no podemos vivir, personal y comunitariamente, ni como si Dios no existiera ni como si nuestra vida fuese sólo un asunto y un problema nuestro. Nuestra existencia está bajo la mirada de Dios. Todo lo que hagamos Él lo ve… No podemos engañarle. Él mira en lo profundo: en nuestro corazón.

Para dejar que el Señor vuelva a tocar nuestra existencia. Repito lo que, magistralmente,  nos legó el Papa Benedicto XVI: “Sólo los hombres y mujeres tocados por Dios serán capaces de abrir la mente y el corazón de sus hermanos a los misterios de Dios”. Sólo el que ha tenido experiencia de Dios puede hablar de Dios.

Gracias profesores de religión, catequistas, animadores litúrgicos y voluntarios de Cáritas, por vuestra entrega y generosidad en esta pequeña Iglesia que peregrina en Ciudad Rodrigo. Gracias por vuestro amor a esta tierra y a sus gentes. Gracias porque, con la fuerza del Espíritu, queréis ser-vivir-misionar ante sus ojos, ante su mirada y, así, dejáis que el Señor vuelva a tocar vuestra existencia. Gracias por ser testigos en tiempos recios. Que la Virgen María, la contemplativa de los ojos grandes, la tocada por el Espíritu en todo su ser, nos acompañe, nos conduzca, nos anime y no enseñe dónde está las claves de fecundidad de nuestros trabajos apostólicos. Que San Francisco, cuyo año estamos celebrando, y Santa Teresa de Avila, cuyo año jubilar comenzaremos, nos ayuden e intercedan por nosotros. Y que, D. Alvaro del Portillo, hoy  beatificado en Madrid, nos estimule en el camino de santidad al que estamos todos llamados.

En otro orden de cosas, deseo hoy que, como Diócesis, nos unamos, con toda la Iglesia, en la oración por la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de Obispos sobre la familia que, Dios mediante, se inaugurará el día 5 de octubre. La oración compuesta por el Papa dice así:

Jesús, María y José:

en vosotros contemplamos

el esplendor del verdadero amor;

a vosotros, confiados nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias

lugar de comunión y cenáculo de oración,

auténticas escuelas del Evangelio

y pequeñas iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret,

que nunca más halla en las familias

episodios de violencia, de cerrazón y división.

Que quien haya sido herido o escandalizado

sea pronto consolado y curado.

 

 

Santa Familia de Nazaret,

que el próximo Sínodo de los Obispos

haga tomar conciencia a todos

del carácter sagrado e inviolable de la familia,

y de su belleza en el proyecto de Dios.

Jesús, María y José,

escuchad y acoged nuestra súplica. Amén.

 

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo

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