Solemnidad de la Asunción

Raúl Berzosa: «En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes»

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente los miembros del Cabildo, queridas consagradas, queridos todos:

Un año más, la Virgen nos permite celebrar uno de sus grandes misterios: su Asunción a los cielos. Ella nos precede en nuestro peregrinar y nos alienta a imitarla para poder estar con Dios y con ella para siempre.

La primera lectura, tomada del libro del Apocalipsis, nos recuerda quién es esa mujer vestida de sol, llevando la luna por pedestal. En el salmo 44 hemos recitado que María, como reina, está a la derecha de Dios. La segunda lectura, del apóstol San Pablo a los Corintios, nos ha recordado que María es la primicia de lo que nos sucederá a todos nosotros. Y, con el Evangelio, nos hemos atrevido a cantar el Magnificat, porque el Señor ha hecho maravillas en la Virgen y en cada uno de nosotros.

Dejando las lecturas del día, y como si fueran dos caras de una misma moneda, en esta ocasión voy a fijarme, por un lado, en el misterio de María y, al mismo tiempo, os voy a transmitir un mensaje para nuestra vida. Todo ello, siguiendo el sugerente magisterio del Papa Francisco.

¿Qué podemos afirmar de María?- Nos acercamos a la reciente exhortación “Evangelii Gaudium”, del Papa Francisco, y en ella podemos leer que la Virgen María nos muestra todo un estilo mariano en la evangelización”. ¿En qué sentido? – Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario que entrañan la ternura y el cariño.

En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, de los que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes.

Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calor de hogar en nuestra búsqueda de la justicia y de la paz.

Es también la que conservó cuidadosamente «todas las cosas de Dios meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen cotidianos, pequeños y casi imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida de cada uno y de todos.Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es la Señora “de la prontitud”, la que sale y se pone en camino para auxiliar a los demás « sin demora » (Lc 1,39).

 

En resumen,  esta dinámica de amor y de ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de la Virgen María un modelo para la evangelización. Rogamos hoy que, con su intercesión maternal, nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo, más fraterno y más humano, como Dios mismo le soñó. Hasta aquí, algunos rasgos de Santa María, la Virgen.

 

¿Cuál sería el mensaje, hoy, para nosotros?- Tommos pie en lo que concluíamos: que sepamos hacer de este mundo un “cielo”, en el que todos podamos ser felices. Y de la felicidad habló hace poco también el Papa Francisco (27-7-2014), en una entrevista concedida  a una revista argentina, con estas claves:

El primer paso para la paz y la alegría es el «vivir y dejar vivir”. Para ello, no “blindarse” ni cerrarse en uno mismo, sino donarse; porque «si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta» y «el agua estancada es la primera que se corrompe».

También aconsejó moverse «remansadamente». Cuando uno es joven es como un arroyo pedregoso que se lleva por delante todo; de adultos, somos como un río, aún caudaloso; en la vejez, estamos en movimiento, pero lentamente remansados. Vivir remansadamente es la capacidad de movernos con amor  y humildad, buscando la paz y la ternura en la vida.

Otra de las claves está en una «sana cultura del ocio», es decir, saber disfrutar del leer, del arte y hasta de los juegos con los niños. “Cuando confesaba en Buenos Aires, dice el Papa Francisco, preguntaba a las mamás si jugaban con sus niños. Porque jugar con los chicos forma parte de una cultura sana y hace la vida más feliz”.

En la misma línea, abogó por disfrutar los domingos compartidos en familia. “El domingo debe ser para la familia».

Asimismo, aconsejó ayudar de forma creativa a los jóvenes a conseguir un empleo digno. Si les faltan oportunidades, caen en la droga, el alcohol o en el suicidio desesperanzado. La dignidad te la da el poder llevar el pan cotidiano a casa.

Igualmente recomendó cuidar la naturaleza y olvidarse pronto de lo malo y de lo negativo. Olvidarse rápido de lo negativo es muy sano. Y, en esta misma línea, volvió a recordar que no debemos hablar mal de los demás, porque la necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima personal: “yo me siento tan abajo que en vez de subir, bajo al otro”. O, al contrario, un complejo de superioridad: miro al otro por encima de mi hombro.

El Papa Francisco invitó a dejar de lado el fanatismo y el religioso para así contagiar la fe desde un diálogo que no impositivo. Yo no dialogo contigo para convencerte. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo ni por imposición.

Su último consejo fue el de buscar activamente la paz. Estamos viviendo en una época de muchas guerras. La guerra destruye. Hay que gritar la paz, que no es quietud sino búsqueda activa de todo lo que nos une.

Hasta aquí las palabras del Papa. Concluimos con algunas frases de la misma oración a la Virgen María que el Papa escribió en Evangelii Gaudium. Nos servirá también como de consagración a la Virgen Asunta en este día:

Virgen y Madre María,

tú que, movida por el Espíritu

acogiste al Verbo de la vida,

ayúdanos a decir nuestro « sí »

ante la urgencia, más imperiosa que nunca,

de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.

Tú, llena de la presencia de Cristo,

llevaste la alegría a Juan el Bautista,

haciéndolo exultar en el seno de su madre.

Tú, estremecida de gozo,

cantaste las maravillas del Señor.

Tú, que estuviste ante la cruz

con una fe inquebrantable

y recibiste el alegre consuelo de la resurrección.

Tú que recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu

para que naciera la Iglesia evangelizadora.

Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados

para llevar a todos el Evangelio de la vida

que vence a la muerte.

Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos

para que llegue a todos

el don de la belleza que no se apaga…

Madre del Evangelio viviente,

manantial de alegría para los pequeños,

ruega por nosotros.

Amén. Aleluya.

                         + Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo