Jubileo del enfermo

Raúl Berzosa: «Todos, sacerdotes, consagrados y laicos, estamos llamados a colaborar en este inmenso campo de la enfermedad»

Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos residentes, queridos enfermos, queridos todos:

Desde hace años, en el sexto domingo de Pascua, la Iglesia celebra el Día del Enfermo, promovido por la Pastoral de la Salud. Comienza el 11 de Febrero, Nuestra Señora de Lourdes, y concluye en este tiempo pascual. En este año con un lema muy concreto y sugerente: “Misericordiosos como el Padre”. En otras palabras, se nos pide, ser “Misioneros de la Misericordia” y se nos recuerda que no solamente que “hacemos” sino que “somos” misericordiosos.

Se nos urge a acoger, acompañar, anunciar y perdonar. Porque cada enfermo – en casa, en el Hospital o en una Residencia – es “sagrado y terreno sagrado” (Ex 3.5), como nos recuerda el Papa Francisco, por ser la misma Carne de Jesucristo, herido y llagado.

Tenemos que saber acoger a los más enfermos como nos pide el Señor a través del Profeta Oseas (11,1-9): “como una madre que no se cansa de atraernos con los lazos del amor, a pesar de nuestras constantes infidelidades”. La palabra misericordia, lo venimos recordando durante todo este año, significa “poner en el corazón las miserias o necesidades de otro”. Entre ellas, la falta de salud.

¿Cómo debemos ser misericordiosos como el Padre? – estando cerca de los enfermos, no juzgándolos (especialmente a los crónicos y más débiles), y siempre impartiendo cariño y ternura sin cansarnos y sin esperar recompensa. El Papa Francisco habla de “cariñoterapia”.

En todo ello tenemos el ejemplo de Santa María, la Virgen, en las Bodas de Caná: siempre atenta a las necesidades de los demás, haciéndolas suyas y actuando con rapidez y discreción: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). En toda esta labor, cuenta con nosotros, como los servidores que, gracias a ser obedientes a Jesús, obraron el milagro de convertir el agua en vino. Por eso, la Iglesia en España, también presenta esta Campaña con un lema precioso: “María, icono de la confianza y del acompañamiento”. Icono de la confianza porque se fía totalmente de Jesús en los momentos de dolor y sufrimiento. Y modelo de acompañamiento porque nos enseña a servir con prontitud y a tener los ojos y el corazón bien abiertos a las necesidades del hermano, especialmente del sufriente.

Nuestras familias y nuestras comunidades cristianas tienen que saber contemplarse en ella para ser verdaderos oasis de misericordia con los que sufren. Eso representa el cartel de este año: la Iglesia, como María, son protectoras para todos los enfermos y cuantos trabajan en el mundo de la salud y de la enfermedad.

No os oculto que, hoy, este mundo tiene nuevos retos y desafíos para evangelizar. Y todos, sacerdotes, consagrados y laicos, estamos llamados a colaborar en este inmenso campo de la enfermedad. Para ello, tenemos que rezar, que formarnos y que actuar: cada uno con lo que sabe y puede, y según nuestra edad y fuerzas. Sin olvidar que, en el campo de la pastoral de la salud, es importantísima la labor de equipo, no sólo individual. Y que las familias de sangre tienen un papel decisivo e insustituible en esta pastoral de la salud, como nos ha recordado el Papa Francisco recientemente en la Exhortación Amoris Laetitia.

        Nada más. En la primera lectura de este día, de los Hechos de los Apóstoles, hemos escuchado que “el Espíritu Santo siempre estará con nosotros cuando se presenten viejos o nuevos problemas”. También en el campo de la Pastoral de la Salud. Por eso, hemos cantado con el Salmo 66: “Oh Dios, que te alaben los pueblos”. Es verdad que el misterio del dolor, del sufrimiento y de la enfermedad no es fácil. Por eso la segunda lectura, del Libro del Apocalipsis, nos consolaba recordándonos que “Caminamos hacia la nueva Jerusalén, la ciudad santa, donde no existe el llanto ni las lágrimas”. Lo más decisivo: que seamos testigos y misioneros de la misericordia, como el Padre, y sepamos amarnos como nos pedía el Evangelio de hoy, para ser “uno en Cristo”, con la fuerza y la comunión del Espíritu.

Que ese mismo Espíritu, que va a convertir el Pan y el Vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, nos lo conceda. ¡Gracias a todos por vuestra participación en este Jubileo!

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo