Homilía

Palabras en el Funeral de D. Angel Luis Martín Borrego

(El Sahúgo, 1-1-2013)

         Querido hermano en el episcopado, D. José; queridos hermanos sacerdotes; querida Isabel, hermana de D. Angel Luis, y queridos familiares; queridos todos, especialmente los vecinos de Sahúgo, lugar de su nacimiento, y de las comunidades parroquiales a las que sirvió tan ejemplarmente nuestro querido D. Angel Luis; queridos todos, “hermanos y amigos”, como gustaba decir el propio Angel Luis.

La noticia me llegaba ayer muy temprano, en boca de D. José Durán, párroco de La Fuente de San Esteban: “Angel Luis acaba de fallecer por un infarto fulminante”. Inmediatamente me puse en contacto con su hermana Isabel. Palpé en ella la fortaleza de una mujer creyente. Tal y como me habían dicho que eran sus padres y su familia: cristianos de una pieza, piadosos y de una gran fe, que llena de esperanza y de amor. La misma fortaleza que, ya por la tarde, en el tanatorio de la Santísima Trinidad, pude comprobar de nuevo. Con una confidencia consoladora: “Las últimas palabras de mi hermano fueron: Isabel, estoy muy mal… Que sea lo que Dios quiera”. Y con Dios en los labios y en el corazón, nos dejó.

D. Tomás, Vicario General, me decía ayer que, de un mismo curso, ya descansan en el Señor dos de los cuatro ordenados: el recordado Juan-José y, ahora, Angel Luis.

En esta tarde, deseo glosaros algo de la vida y del buen hacer de D. Angel Luis. ¡Qué fácil es describir a una persona, cuando todo el mundo habla bien de ella!… Hoy, vuestra multitudinaria presencia en esta parroquia, así lo manifiesta. Nacido en 1959, en Sahúgo, el propio D. Tomás me glosaba la persona de D. Angel Luis en el seminario recordando que había sido un notable deportista: sobresalía en el futbol, en la pelota y hasta en las carreras. Y, junto a ese sano y gran corazón físico, dejó constancia en el seminario de su gran bondad y alegría. Y, lo que sufrió por los estudios, lo suplió por la sabiduría de su entrega y generosidad.

Fue ordenado sacerdote en abril del año de 1986. Sus primeras parroquias: Castillejo, Martillán y Sexmiro. Laicos y sacerdotes me habéis resaltado la gran labor que hizo allí como pastor: desde el arreglo de los templos – dando ejemplo él, el primero- hasta la renovación que, por él, el Señor hizo en las personas, especialmente en los más jóvenes. Destacó, desde el comienzo de su ministerio, por su austeridad y por su espíritu de sacrificio: como botón de muestra, le costó mucho tiempo la idea de comprar un coche. Iba a sus parroquias en bicicleta. Y, me habéis recordado, cómo su casa estaba siempre abierta, con un letrero elocuente: “Pasad; la mesa siempre está puesta”. Y, efectivamente, siempre había algo que comer en aquella sencilla casa rectoral. Daba todo lo que tenía: hasta sus zapatos y su ropa a quien lo necesitara, como me han narrado testigos presenciales de ello. Y, algo muy bello, en las tardes del crudo invierno, se entretenía es escribir oraciones y poemas que siempre regalaba como bellas florecillas.

En 1990 fue nombrado párroco de Villar de la Yegua. Desde 1995, Director espiritual y confesor del Seminario. Y, en 1998, administrador de Serranillo. Siempre atendiendo a sus padres con ejemplaridad. Y, a su vez, siempre atendido por su hermana Isabel, como si fuese su segunda madre. Gracias, Isabel, porque hasta el último momento has cuidado de él y has hecho todo cuanto estaba en tus manos por él. Él seguirá ahora cuidando de ti, junto a tus queridos padres. Es la fe en la comunión de los santos. Yo sé que crees de verdad en ella y esto te consuela profundamente. Como te consuela lo que me dijiste, querida Isabel, ayer en el tanatorio: “Mi hermano era muy feliz con su sacerdocio… Ha amado mucho y ha sido muy amado… Nunca se sentía cansado en su misión. Incluso estos días, en su convalecencia, me decía: como nunca he tenido vacaciones, ahora estamos juntos disfrutando todo el día, pero tengo ganas de ir cuanto antes a mis parroquias”.

Tras la trágica muerte de D. Juan José, desde 1998, fue nombrado párroco de Boada, Retortillo y Villares de Yeltes. Me consta que supuso para él – y para sus gentes-  un gran desgarro el separarse de sus primeras parroquias y que entró con miedo  y respeto en las nuevas. Con una resultado evidente: fue un gran acierto el sustituir, como pastor al carismático D. Juan José. En D. Angel Luis latía y se manifestaba el mismo espíritu de servicio y de entrega. Sirvió además como Arcipreste, desde el año 2007 hasta el día de hoy. Y, a pesar de su buen hacer, siempre sentía un gran respeto hacia sus comunidades parroquiales al no considerarse digno de servirlas. ¡Qué gran lección de pastor!…

Los hermanos sacerdotes, además, destacan de él su  compañerismo, su entrega, su sencillez, su humildad, su dedicación exclusiva e incondicional a sus parroquias y a todos los feligreses, sin distinción de clases sociales ni edades; siempre derrochando, cercanía y disponibilidad. En breves palabras, como me destacaba D. Prudencio, era un “sacerdote de cuerpo entero”, con gran amor al Santísimo, apasionado por el Señor y por la predicación del Evangelio, y siempre dispuesto a impartir el sacramento de la reconciliación y a ofrecer formación y retiros, especialmente a las consagradas de vida activa y contemplativa de nuestra diócesis.

Destacó igualmente su entrega al Seminario y su preocupación por las vocaciones. Por eso, tanto a él, como a D. Juan José, les pedimos que sigan siendo intercesores para que el dueño de la Mies nos envíe sacerdotes santos o, al menos, de la talla humana y espiritual de ellos dos.

Casi para finalizar, no me queda más que entonar “el Magnificat” por haber conocido sacerdotes como D. Angel Luis. Y repetir, con sinceridad, “¡qué suerte tiene el pequeño presbiterio de Ciudad Rodrigo!… ¡Qué regalos tan extraordinarios nos ha hecho el Señor!”: sacerdotes sabios, en lo espiritual, y excelentes pastores, según el corazón bondadoso del mismo Jesucristo.

Hemos comenzado un año nuevo. El evento de hoy, para los que seguimos peregrinando en esta tierra y en estos pueblos, no es buena noticia. Nos quedamos sin la presencia física de D. Angel Luis. Pero sí lo es para la Iglesia una buena noticia: tenemos otro intercesor. Recuerdo lo que mi madre me repetía: “Hijo, sólo pido que nosotros, los padres, muramos antes que los hijos”. En cierta manera, es mi sentimiento esta tarde como obispo: que a los sacerdotes más jóvenes,  el Señor les conceda largos años de ministerio; más que a mí mismo.

Concluyo con una última y doble lección para todos: por un lado, estamos de camino, somos peregrinos. Y tenemos que estar preparados siempre porque no sabemos ni el día ni la hora en la que el Señor de la Vida nos puede llamar. Y, por otro lado,  siguiendo el ejemplo de D. Angel Luis, lo importante es saber que, al final, nos examinarán del amor. No de los títulos académicos o de los reconocimientos y lisonjas humanos. Lo que queda grabado en los fieles es el buen y generoso hacer de sus sacerdotes con entrañas de pastores; no las grandezas humanas.

Os anuncio que, como la vida sigue adelante, y así lo querría D. Angel Luis, sus parroquias, hasta final de curso, serán atendidas y servidas por los sacerdotes de la Parroquia de El Salvador de Ciudad Rodrigo, en la que se ha incorporado el último presbítero ordenado, D. José María. Agradezco a D. Andrés y D. Fernando, hoy ausentes y con los que pude hablar ayer, y al propio Chema, hoy presente, este gesto generosísimo. Así mismo, mi agradecimiento más sincero para todos los sacerdotes del arciprestazgo del Campo Charro que tan cerca han estado siempre de D. Angel Luis y le han ayudado tanto hasta el final: Ceferino, José, Juan José Peña y Juan José Román, Bernabé, y el recién llegado Gabi, a quien he  solicitado que acepte el servicio de Arcipreste para que la pastoral no se detenga. Seguro que D. Angel Luis lo agradecerá y os ayudará, ahora, de otra manera tan real como eficaz. Gracias a todos los laicos, estrechos colaboradores en las parroquias de D. Angel Luis. Os sentís y sois Iglesia y érais el sano orgullo de vuestro párroco.

Vamos a decir el último adiós a D. Angel Luis. Por motivos litúrgicos, no hemos podido celebrar misa exequial, que será oficiada, D.M.,  mañana, a las 12,00, por los sacerdotes de esta unidad parroquial. Gracias a todos por vuestra presencia, pero sobre todo por vuestra oración y por vuestro testimonio de fe en la resurrección. Que María, la Virgen de la paz, la madre de los sacerdotes, a quien tanto amaba D. Angel Luis, nos siga ayudando a caminar hacia la Jerusalén celeste. Y que en el cielo nos veamos todos. Amén.          

   + Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo