Bodas de plata de Sor Carolina Manríquez

Raúl Berzosa: «La alegría no se alcanza por atajos fáciles que eviten renuncias, sufrimientos o cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores»

Queridos hermanos presbíteros; querida comunidad de Franciscanas y, especialmente, querida sor Carolina; queridos todos:

Estamos celebrando la Eucaristía, la acción de gracias por excelencia en la vida cristiana. Hoy, de manera muy singular, agradeciendo los 25 años de vida consagrada de Sor Carolina. A ella, y a esta muy querida comunidad de Franciscanas, dirijo estas palabras, nacidas del corazón.

En la primera lectura, de la Carta a los Filipenses, el Apóstol Pablo ha expresado algo muy bello: “Lo perdí todo con tal de ganar a Cristo”. Lo mismo que Sor Carolina expresó hace ya 25 años. Por eso, ella y todos nosotros, con el Salmo 33, hemos cantado:”Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Y, lo más importante, hoy, Sor Carolina, ha sentido muy suyas las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan: “Vosotros sois mis amigos porque hacéis lo que yo os mando”. ¡Enhorabuena, Sor Carolina! ¿Qué te quiero regalar en este día tan especial? – Lo que el papa Francisco nos ha venido recordando desde el inicio de su pontificado. El Papa viene pidiendo a los consagrados tres cosas: lo primero, vivir con la alegría de sentiros llamados y consolados, con ternura, por el Señor. Lo segundo, no tener miedo a sufrir la cruz en la misión encomendada. Y, lo tercero, no descuidar la oración porque la evangelización se hace de rodillas y ése es el secreto de la fecundidad de la vida apostólica.

También, en este año jubilar teresiano, que estamos a punto de concluir, el Papa Francisco envió una carta al obispo de Ávila, D. Jesús. Le hablaba de la identidad de la vida cristiana y de la de especial consagración. Como un “peregrinaje”. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de toda la vida y obra de la santa andariega. ¿Por qué caminos quiso llevar y quiere llevarnos el Señor hoy, siguiendo las huellas de santa Teresa? – El Papa nos recordó cuatro senderos teresianos: el camino de la alegría, el camino de la oración, el camino de la fraternidad y el camino del propio tiempo. Los recordamos brevemente.

En cuanto a la alegría, Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar alegres, sirviendo» (Camino 18,5). La alegría no se alcanza por atajos fáciles que eviten renuncias, sufrimientos o cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf. Vida 6,2; 30,8). La alegría de santa Teresa no es egocénmtrica: consiste en «alegrarse de que se alegren todos» (Camino 30,5), y conlleva el ponerse al servicio de los demás con amor desinteresado.

La Santa, en segundo lugar, transitó también el camino de la oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabernos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son «recios», son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5). Orar «no consiste en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4).

La Santa nos muestra, en tercer lugar, que no podemos recorrer solos el camino, sino juntos; es la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Fundó pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del «colegio apostólico», siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria: «Para esto os juntó El aquí, hermanas» (Camino 2,5)¡ Para vivir la fraternidad, no recomienda Teresa muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unas a otras, desasirse de todo, y la verdadera humildad, que «aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino 4,4).

Y la cuarta nota del camino teresiano, recordado por el Papa es el “estar siempre en camino hacia los hombres para llevarles aquel «agua viva» (Jn 4,10). A Santa Teresa, su experiencia mística no la separo del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Ella vivió las dificultades de su tiempo -tan complicado- sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino. ¡Qué parecido tiene el programa de Santa Teresa, con el de la Vida Franciscana!

Finalmente, en el año de la Vida Consagrada, el Papa Francisco nos ha regalado una sugerente carta, en la que comienza afirmando: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas».

El Papa Francisco, resume de esta manera los objetivos de la Vida Consagrada: el primero, mirar al pasado con gratitud, para confesar con humildad y gran confianza la propia fragilidad y, a la vez, dar testimonio con gozo de la santidad y vitalidad de nuestras instituciones. En segundo lugar es una llamada a vivir el presente con pasión. Hemos de preguntarnos: Jesús, ¿es realmente el primero y único amor? El Año de la Vida Consagrada nos interpela sobre la fidelidad a consagración y a la misión confiadas y ser «expertos de comunión» en una sociedad del enfrentamiento. Abrazar el futuro con esperanza quiere ser el tercer objetivo de este Año. Una esperanza que no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza y para quien «nada es imposible» (Lc 1,37). Es la esperanza que no defrauda.

Si rico es el mensaje del Papa Francisco, hoy, deseo regalaros, Sor Carolina y comunidad, otras palabras con sabor y acento de mujer: las escritas por Edith Stein, Sor Benedicta de La Cruz, precisamente en motivo de una ceremonia de consagración religiosa: “Hoy el Salvador nos pregunta a cada una de nosotras: ¿Quieres permanecer fiel al Crucificado? ¡Piénsalo bien!… Si te decides por Cristo, te puede costar la vida. Reflexiona también sobre lo que prometes. Profesar y renovar la profesión es algo muy serio. ¿Quiere ser pobre? – Si tú quieres ser la esposa pobre del Crucificado, tienes que renunciar sin condiciones a tu propia voluntad y no tener más deseo que el de cumplir la voluntad del Padre… ¿Quieres ser fiel a tu voto de pobreza?… Entonces debes escuchar esa voz noche y día y seguir su mandato. Es decir, crucificar cada día, cada hora, la voluntad y el amor propio… Él ha derramado la sangre de su corazón para ganar el tuyo. ¿Quieres seguirle en santa pureza? Entonces tu corazón tiene que estar libre… Jesús, el Crucificado, será el único objeto de tus anhelos, de tus deseos, de tus pensamientos. ¿Te asustas ante la grandeza de lo que los santos votos te exigen? No tienes por qué temer. Ciertamente lo que tú prometes está por encima de tus débiles fuerzas. El exige tu obediencia, pues la voluntad humana es ciega y débil. Ella no encontrará el camino mientras no se abandone totalmente a la voluntad divina. Él exige la pobreza, porque las manos tienen que estar vacías de los bienes de la tierra para poder recibir los bienes del cielo. Él te exige la castidad, porque sólo el desapego del corazón de todo amor terreno hace libre al corazón para el amor de Dios. Los brazos del Crucificado están extendidos para arrastrarte hasta su corazón. Él quiere tu vida para regalarte la suya. Los ojos del Crucificado te están observando, interrogándote y poniéndote a prueba. ¿Quieres sellar de nuevo y con toda la seriedad la alianza con el Crucificado? ¿Cuál será tu respuesta? – “¿Señor, adónde iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna’”!…

Hasta aquí las palabras ardientes de Sor Edith Stein. Quisiera finalizar, querida Sor Carlina, con un regalo: una especie de colofón “de oro” que pueda servirte para todos los años, ¡ojalá muchos!, que el Señor te regale como consagrada en esta comunidad.

Que sea siempre verdad que «donde hay religiosas, hay alegría».

Que entre vosotras no se vean caras tristes ni personas descontentas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento».

Que, como consagradas, «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía, y que mantengáis vivas las «utopías».

Que seáis expertas en la «espiritualidad de comunión».

Que salgáis de vosotras mismas para ir a las periferias existenciales y geográficas.

Que os preguntéis sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden de vosotras.

Y, me atrevo a añadir como Pastor: que sepáis avivar vuestro “carisma fundante”, en fidelidad y creatividad, para responder a los nuevos retos sociales y eclesiales de hoy.

Nada más. Un recuerdo muy especial y sincero para tu familia de sangra, Sor Carolina, y para tantos bienhechores de este monasterio, que es un lujo para nuestra pequeña Diócesis. Con vuestra presencia, sois signo de la catolicidad y de la riqueza de dones que el Espíritu nos regala.

Que Santa María, madre de las consagradas, nos acompañe siempre en nuestro caminar. Amén.

 

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo