Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Raúl Berzosa: «Cuanto más imitemos el estilo de Jesús, mejor haremos nuestro trabajo como pastores»

Juan Carlos Sánchez, Juan Carlos Bernardos, Raúl Berzosa, José Manuel Vidriales.

Queridos hermanos sacerdotes; querido D. Juan Carlos, que hoy celebras tus bodas de plata sacerdotales; queridos familiares; queridas religiosas; queridos todos.

No me centro en el contenido de las lecturas que hemos escuchado hoy, tan ricas y sugerentes, como siempre. Baste recordar que somos sacerdotes y pastores en el Único y Verdadero Sacerdote y Pastor, Jesucristo nuestro Señor. ¿Qué palabras deseo regalaros, brevemente, y que lleguen al corazón?… – Ninguna mejor que las expresadas por nuestro querido Papa Francisco el día 27 de mayo del presente año, cuando se reunió con el Clero y los religiosos de Génova. Una vez más, su Magisterio es claro, iluminador y profético. Me atrevo a resumir su mensaje en forma de Decálogo:

1.- Cuanto más imitemos el estilo de Jesús, mejor haremos nuestro trabajo como pastores… ¿Cómo era el estilo de Jesús como buen pastor?- Jesús siempre estaba en camino. La mayor parte de su tiempo lo pasaba en camino. Esto quiere decir cercanía a la gente y a sus problemas reales.

2.- Como todos los que caminan, Jesús estaba expuesto a muchos problemas. Siempre fue un hombre de camino, abierto a las sorpresas de Dios. Como a Jesús, el Señor nos llama, cuándo y dónde a veces no lo esperamos. No tenemos que tener miedo al movimiento, a la pastoral de salida y de la zapatilla.

3.- Pero una cosa es estar en camino y, otra muy distinta “ir con prisa a todas partes”. Aunque el mayor miedo es al de una vida estática, una vida del pastor que tiene todo en orden, bien estructurado, cada cosa en su lugar y con sus horarios fijos e inmutables… Quizás un párroco así sea un buen empresario, pero ¿es verdaderamente un pastor cristiano?…

4.- Jesús, por la tarde-noche, se retiraba para rezar al Padre, para encontrarse con el Padre. Rezar es encontrarse con el Señor, dejarte mirar por Él, hablar con Él, escuchar lo que te dice… Un corazón que ama y que se da, mantiene siempre un encuentro con el Padre y, al mismo tiempo, encuentro con los hermanos. Tenemos que ser “sacerdotes de encuentro con el Señor y de tabernáculo”, sí, pero, a la vez, “sacerdotes de calle y de oreja”, que saben escuchar a los demás, especialmente a los más sufrientes.

5.- La mayoría de la gente que se encontraba Jesús eran enfermos, endemoniados, leprosos, necesitados, pobres… ¿Sabemos cuánto sufre nuestra gente? … Uno de los signos de que no vamos por el bien camino es cuando hablamos demasiado de nosotros mismos, de las cosas que hacemos, cuando somos autorreferenciales, curas de espejo, y no hablamos de nuestros fieles. La pregunta, como pastor, es clara: “¿En qué se centran mis conversaciones: en mis problemas o en las vidas de quienes se me han encomendado.”…

6.- La gente cansa pero, como Jesús, tenemos que dejarnos cansar por la gente. El encuentro con la gente es una cruz, porque la gente lleva dramas encima y esto cansa el alma del buen pastor… ¿Me dejo cansar por la gente?… No hay fórmulas. Jesús tenía una clara conciencia de que su vida era para los demás: para el Padre y para los demás. Se daba y vivía su vida en clave de misión contínua y permanente. Jesús jamás se ató a estructuras, pero sí a relaciones personales. En la Iglesia hay que vivir un mínimo de estructuras y un máximo de encuentros vitales. Cuando un cura está atado a hacer carrera, a estructuras, su corazón a la larga permanecerá vacío. Lo único que llena realmente son las relaciones verdaderas con el Padre y con las personas.

7.- Tenemos que fomentar la auténtica fraternidad sacerdotal. No somos curas ‘Google’ o ‘Wikipedia’. La autosuficiencia hace mal a la vida presbiteral. No hay que tener miedo a encontrarnos y a discutir. Hay que tener miedo a decirnos las cosas por la espalda, a las murmuraciones, a despellejarnos unos a otros, a la competitividad de unos para con otros… Los enemigos más grandes de la fraternidad sacerdotal son la murmuración, los celos, y la envidia. También la prepotencia. No queramos tener siempre la última palabra. El que quiere tener siempre la razón, muchas veces se equivoca.

8.- Hay que desarrollar el sentido de pertenencia y de incardinación eclesiales. El cardenal Canestrini decía que la Iglesia es como un río, y que lo importante es estar siempre dentro del río: no importa que estés donde estés, siempre que estés en el río diocesano. A veces, queremos ríos pequeños y sólo para nosotros. Esto no es diocesaneidad ni hacer presbiterio diocesano. ¡Esforcémonos por estar todos dentro del gran río diocesano.

9.- Tenemos que encarnar el ministerio en un lugar concreto,  en comunidades con nombres y apellidos, porque nuestro ministerio debe estar encarnado. Esto requiere disponibilidad, para ir donde más falta haga, incluso a las periferias, y sin miedos a los riesgos.

10.- Finalmente, sobre el tema de las vocaciones presbiterales, hay que reconocer que es un problema, primero, de la caída demográfica. Si no hay niños, no habrá vocaciones. No es la única razón, pero hay que tenerla presente. Es más fácil, hoy, convivir con un gato o un perro que con un hijo. Es el amor programado. Esta crisis vocacional alcanza a toda la Iglesia. Es una crisis transversal, porque la gente hoy tampoco se casa; por eso, es también crisis de la vocación matrimonial. No es la solución importar vocaciones de lejos, del extranjero, porque la formación inicial debe hacerse en el país de origen. Dicho lo anterior, la pastoral vocacional es todo un reto. Tenemos que ser creativos, ciertamente, pero cuando somos fieles a nuestra identidad y misión, la  belleza del ministerio atrae por sí mismo. Si queremos sacerdotes, tenemos que dar testimonio de que somos felices y que terminamos nuestras vidas felices desde la opción que hemos tomado. Hay sacerdotes que viven como paganos, acomodados y hasta amargados, sin pastoral misionera y sin celo apostólico. No podemos caer en la “mundanidad espiritual”. Los jóvenes quieren testimonios de autenticidad. Somos nosotros mismos los que provocamos, a  veces, la crisis vocacional con nuestros comportamientos. El testimonio es clave. La vida tiene que ir por delante. Es decisivo el lenguaje de los gestos y del testimonio del amor y de la entrega hasta el heroísmo.

Hasta aquí las palabras del Papa Francisco. Felicito de corazón a D. Juan Carlos por sus Bodas de Plata sacerdotales, así como a sus familiares. Y, pido al Señor de todos los dones, que nos siga enviando nuevas y santas vocaciones. Nos acordamos de nuestros sacerdotes difuntos, y los volvemos a encomendar al Señor, y también de nuestros misioneros y quienes están ejerciendo su ministerio en otras diócesis españolas. Rogamos por ellos la intercesión de San Cayetano y de nuestra Madre de los Sacerdotes, la Virgen María. Así sea.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo