Funeral de D. José Manuel San Marcelino (La Encina)

Raúl Berzosa: «Si vivimos en Cristo, por Cristo y con Cristo, moriremos en Él para renacer a una Vida sin fin»

        Muy estimado D. José, hermano y obispo; queridos hermanos sacerdotes; queridos familiares de D. José Manuel; queridas consagradas; queridos todos:

El pasado domingo, hacia las 10,30 h., D. Nicolás me alertaba por teléfono: “D. Raúl, se ha puesto muy malito D. José Manuel”. Inmediatamente me personifiqué en el Hospital de La Pasión, donde encontré, en su habitación, a dos religiosas Siervas de María y a su familia más cercana, que le ha venido atendiendo durante los últimos años. Ante un D. José Manuel que expiraba, recé, le hice la señal de la cruz en la frente, y le besé mientras exclamaba en mi interior: “Gracias”.

Sí, gracias a Dios por la vida y el ministerio de este sacerdote maduro, nacido en La Encina en el año 1932 y ordenado sacerdote en 1956. Fue Coadjutor y Encargado de Hinojosa de Duero (1956), Ecónomo de Villasrubias (1957), Ecónomo de Sexmiro y Encargado de Villar de Argañán y Martillán (1958-1959). Además, ejerció como Ecónomo de Cerralbo (1962), Encargado de Marmellar (1986) y de Bogajo (1998), Administrador de Villavieja de Yeltes (1990), y Arcipreste de Camaces (1998). Desde su jubilación, en el año 2004, continuó siendo sacerdote de apoyo del Arciprestazgo de Agueda, hasta su ingreso como residente en el Hospital de la Pasión.

El Señor de la llamada se lo ha querido llevar en la Víspera de La Asunción, como un premio a su carrera existencial, tan dura en los últimos años de enfermedad. Descanse en paz y que el Señor, rico en Misericordia, le perdone todos sus pecados y le limpie de todas sus culpas, especialmente las derivadas del ejercicio del Ministerio Sacerdotal.

 

Cuando conocí a D. José Manuel, en el año 2011, ya comenzaban a flaquearle las fuerzas y su estado anímico. Sobresalían de él la espontaneidad y la alegría. Era muy vitalista y muy amante de su familia. La cual, como he dejado constancia anteriormente, le ha correspondido hasta el final. ¡Han sido ejemplares en los cuidados otorgados, de forma especial, en estos años en la Residencia de La Pasión. Tarea nada fácil ni gratificante pues D. José Manuel, como es conocido, ha tenido temporadas muy largas en las que apenas conocía a quien estaba delante de él. Querida familia: Dios os pague toda la generosidad y cariño hacia él. Humanamente, ni sabemos ni podemos hacerlo.

Deseo expresar el mismo agradecimiento para las Siervas de María y para todo el personal laboral y sanitario de dicha Institución. Sin olvidar a D. Nicolás, verdadero ángel de la Guarda de todos los sacerdotes que pasan por La Pasión, y sin minusvalorar a los demás hermanos sacerdotes que velan por tan benemérita y cualificada Institución y que omito por temor a dejarme algún nombre. ¡Muchas gracias a todos!

Las Lecturas que hemos escuchado, un día más nos han recordado que la muerte forma parte de nuestra vida y que Jesucristo es la única razón de nuestra esperanza: Él es la resurrección y la Vida y quien cree y vive en Él no morirá para siempre (Jn 11,25-26). Esto lo creía y predicaba firmemente D. José Manuel. Celebró muchas veces la muerte de sus feligreses, repitiendo que “Dios no nos abandona nunca; ni siquiera en el momento del paso de este mundo a la Vida Eterna”. Más aún: si vivimos en Cristo, por Cristo y con Cristo, moriremos en Él para renacer a una Vida sin fin.

Ante la muerte, los cristianos, pero mucho más los sacerdotes, debemos mostrar una actitud de confianza y de asombro agradecidos: porque ninguno nos damos la vida a nosotros mismos; ni vivimos para nosotros mismos, sino para el Señor y para los demás: y, por eso mismo, morimos en el Misterio de Jesucristo, que es Luz y Vida eternas.

Desde el Bautismo, y también confirmado en la Ordenación sacerdotal, nuestro vivir es un vivir en Cristo; y morir es seguir viviendo en Él. ¡No importan las circunstancias existenciales de cada uno! El Señor de la Vida y de la Muerte escribe recto con renglones torcidos y sabe sacar, hasta de los males, bienes aún mayores.

 

Sólo me resta, con otras ocasiones análogas, expresar, como Pastor Obispo, dos sentimientos sinceros: el primero, de felicitación a este presbiterio civitatense que ha sabido formar, mantener, y ayudar a florecer a sacerdotes ejemplares, cada cual con su idiosincrasia y sus virtudes. Y, un segundo sentimiento, dedicado a D. José Manuel: que haga, más que nunca de intercesor, para que el Dueño de la Mies suscite nuevas y santas vocaciones a la vida sacerdotal-ministerial. ¡Lo necesitamos con urgencia!

 

Dentro de unos momentos, el Pan y el Vino se convertirán en el Cuerpo y en la Sangre del Señor Jesús. Que, del mismo modo, el cuerpo de D. José Manuel, y todas sus obras, se transformen en ofrenda y aroma agradables al Señor, Uno y Trino. Descanse en paz y reciba el premio merecido a los siervos fieles, en compañía de Santa María, Madre de los Sacerdotes y de todos los santos, hermanos mayores e intercesores nuestros. ¡Que en el cielo nos veamos todos!

 

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo