Funeral D. Victoriano Sañudo

Raúl Berzosa:» ¡Qué sanamente orgullosos podemos sentirnos de la talla y calidad de nuestro presbiterio!»

Querido D. José, Obispo; queridos hermanos sacerdotes, especialmente los miembros del Cabildo catedralicio; queridos familiares de D. Victoriano; queridas consagradas; queridos todos:

Ayer, a última hora de la tarde, nos llegaba la triste noticia del fallecimiento de D. Victoriano. Lo presagiaba su grave enfermedad, que le obligó a hospitalizarse días atrás. Mi último encuentro con D. Victoriano fue con motivo de la celebración de la Eucaristía, en la Memoria de la Virgen de la Salud, en el Templo del Hospital de la Pasión. Ya reaccionaba de forma lenta a los estímulos; no así cuando le hablé algunas palabras en griego clásico: abrió sus ojos claros y me miró con la picardía de siempre, y me regaló una sonrisa sin poder corresponderme con sus palabras porque ya no acertaba a pronunciarlas.

Victoriano Sañudo formaba parte de los sacerdotes más mayores y longevos de nuestra Diócesis: ha fallecido con 89 años cumplidos. Nacido en Floirac (Francia), sus estudios los cursó principalmente en Comillas, donde fue ordenado diácono, en 1951, y presbítero en 1952. Además de los estudios eclesiásticos, se licenció en Filosofía y Letras. Nada más ser ordenado, en el mismo año de 1952, fue nombrado Prefecto de Disciplina y Profesor del Seminario Diocesano. En 1955, también fue nombrado Coadjutor de la Parroquia del Sagrario. Y, en 1956, realizó oposiciones a Canónigo de la Catedral. Desde 1958 a 1961 ejerció como Consiliario de la Sección Femenina de la Acción Católica. Desde 1990, fue profesor del Curso Introductorio del Seminario Mayor. Y ya, desde 1998, Canónigo Emérito de esta Catedral. Durante sus años de docencia, además de Latín, Griego y Hebrero, enseñó Historia de la Filosofía, Cosmología, Misionología y Canto Gregoriano. ¡Cómo le gustaba tatarear los tonos gregorianos!… También fue profesor de Griego en el Instituto «Fray Diego Tadeo».

Me consta que sus alumnos, muchos de los actuales sacerdotes de nuestra querida Diócesis civitatense, le están muy agradecidos y guardan un grato recuerdo de él. Algunos, que no han podido estar presentes hoy, por labores pastorales, me lo han recordado expresamente. Una vez más, ¡qué sanamente orgullosos podemos sentirnos de la talla y calidad de nuestro presbiterio!

Ayer, mientras me llegaba la noticia del fallecimiento de D. Victoriano, estaba releyendo un reportaje precioso sobre la muerte de don Loris, el que fue secretario de San Juan XXIII, fallecido recientemente como centenario. Al recordar los años al lado del Papa, escribió unas palabras que, hoy, deseo atribuirlas a D. Victoriano, como si fueran suyas: “No estoy satisfecho conmigo mismo y, con toda seguridad, tampoco lo estuvieron ni lo están muchos de los que cruzaron sus pasos con los míos. Extiendo la mano y pido caridad como un mendigo y, a la espera de recibir el pan del perdón, recito el padrenuestro en el umbral de mi casa, como hacían antiguamente los pobres… Mi hora no puede tardar… El ángel de la muerte está a mi lado desde siempre; y no es un esqueleto con una guadaña en la mano, sino un rayo de luz que rasga las tinieblas. Me preparo para el juicio sin presunción ni temor”.

        Esta era, sin duda, también la actitud de fe y de esperanza de D. Victoriano. Le gustaba meditar la Sagrada Escritura y hacer exégesis de la misma, es decir, desentrañar el misterio hondo y profundo que encierra. Él, como si fuera un ritual, me repetía, en griego, durante la Semana Santa, lo escrito por San Pablo en la Carta a los Corintios 15,3: “Xristós apezánen upér ton amartión emón katá tas grafás…kai oti egérgetai te eméra te tríte”” (¡Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras…Y resucitó al tercer día!). Esto lo creía profundamente D. Victoriano.

 

Y me atrevo ya a decirle que en el cielo ya no se necesita ser políglota: la contemplación de Dios supera y desborda todas las palabras y todos los lenguajes… ¡Sólo el Amor permanece! ¡Sólo el Amor entiende!…

Gracias, familiares, especialmente sobrinos, y amigos de D. Victoriano por el amor y los cuidados hacia su persona; gracias, hermanas de Marta y María y residentes de la Casa Sacerdotal, especialmente D. Prudencio, por todo el mimo profesado durante los últimos años de su estancia en esa querida casa; gracias, Siervas de María, personal laboral y médico, y residentes del Hospital de La Pasión. De manera particular D. Nicolás, por tanto derroche de generosidad y paciencia hasta el final. Gracias, hermanos Canónigos, por el trato siempre fraterno y comprensivo hacia D. Victoriano. A todos, que Dios os pague lo que nadie podrá ni sabrá hacer nunca. A la luz de este Año de la Misericordia, quedaros siempre con el lado más positivo de nuestro querido hermano. Perdonad, de corazón y olvidándolo, si en algo os ofendió o no acertó totalmente.

Nada más. Reafirmamos, todos los presentes, nuestra Fe en la Resurrección de los muertos, a la luz de las Escrituras que hemos escuchado en el día de hoy, y pedimos al Dios de la mies que se digne enviarnos nuevas y santas vocaciones, ahora que ya tiene con Él a otro buen presbítero nuestro. ¡Creemos en la comunión de los santos y en la intercesión de nuestros difuntos!

Que el Espíritu Santo, que transformará el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de quien es la Vida y Resurrección de los Muertos, nos haga partícipes del Paraíso para que, en el cielo, podamos todos gozar eternamente del Misterio del Amor, en compañía de María, la Madre de los Sacerdotes, en compañía de tantos santos sacerdotes, y en compañía de nuestros familiares difuntos. Así sea.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo