Misa de Navidad

Raúl Berzosa: «¡Es Navidad! Tenemos que ver las cosas no con nuestros ojos, sino con los ojos de Dios»

Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:

¡Es Navidad! Hace más de dos mil años, el Hijo de Dios se hizo carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, tierra de nuestra tierra, historia de nuestra historia. Y, el mismo Hijo de Dios, cada día sigue naciendo en la Eucaristía y en cada uno de nuestros corazones si le dejamos entrar.

Este año he elegido como felicitación, una preciosa frase del Papa Francisco: María hizo de una cueva, la Casa de Dios. Hagamos de nuestras cuevas, personales y comunitarias, la casa y la cuna donde nacerá de nuevo el Señor. Para que esto sea realidad, tenemos que sentirnos como niños y “pobres”. Niños, para admirarnos del misterio; pobres, para que tenga cabida el Señor.

El Papa Francisco, en su exhortación Evangelium Gaudii, en su número 197, escribe: “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que Él mismo se hizo pobre (2 Cor 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del “sí” de una humilde muchacha de un pequeño pueblo en la periferia de un imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres”…

Actualizo las palabras del Papa Francisco: Dios nos ama especialmente a los más pobres, a los que estamos, geográficamente, alejados de la gran ciudad. Viene a nosotros si, como María, sabemos decir “sí” a dejarnos amar y mirar por Él. Pero esto nos cambiará la Vida, porque nada hay más fecundo y revolucionario que sentirnos amados por Dios.

Las lecturas de hoy cantaban, con el profeta Isaías, que hasta los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. El Salmo 97, cantaba esa misma victoria de Dios. Porque, como hemos leído en la carta a los Hebreos, cumplido el tiempo, Dios mismo nos ha hablado en su Hijo. Así lo confirmaba el Evangelio de San Juan: la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Dentro de unos momentos, además de comulgar el Cuerpo y la Sangra de Cristo, besaremos al Niño. Este es el doble compromiso de la Misa de hoy: comulgar, es decir, dejar que Dios entre en mí, en lo profundo. Y besar su imagen, que es tanto como besar al hermano que tengo a mi lado: al de sangre y a l de fe; al amigo y al desconocido; al que nada le falta y al que nada tiene.

¡Es Navidad! Tenemos que ver las cosas no con nuestros ojos, sino con los ojos de Dios. Sentir con su corazón y hacer con sus manos.

¡Es Navidad! ¡Que se note en tu vida! Y, de nuevo con palabras del Papa Francisco, que nadie te robe la alegría y la esperanza de vivir! Así se lo pedimos al Espíritu, fuente profunda de la alegría, y a María, madre de la alegría.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo