Día del Misionero

 

GetAttachment (1)Raúl Berzosa: «Hay que amar al hermano de verdad y en concreto porque cada persona es digna por sí misma; se trata de ser misionero en un pueblo y en una tierra concretos. Incluso allí donde vivimos ahora»

Queridos todos, especialmente queridos misioneros y familiares de nuestros misioneros:

Las lecturas de este décimo quinto domingo del tiempo ordinario nos ha recordado hermosas realidades. En la primera, del profeta Isaías, que la lluvia, como la Palabra de Dios, hacen germinar y fecundar la tierra. Por eso, el Salmo 64, nos ha pedido que seamos tierra buena para dar mucho fruto. Lo mismo que el Evangelio de San Mateo. Y, en la segunda, de la Carta a los Romanos, que la creación está expectante aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. Volviendo la mirada a la primera lectura, al Salmo y al Evangelio, me atrevo a formular una frase: “La palabra germina cuando el corazón está disponible”. Así es el corazón de nuestros misioneros y, así, tiene que ser nuestro corazón.

Saludo muy especialmente hoy a los 300 misioneros de la Diócesis de Salamanca, y a los 40 de la nuestra, repartidos por todo el mundo. Hoy y aquí están presentes entre nosotros: Andrea Alfajeme, dominica del Rosario y misionera en Bolivia; Teresa Herero, comboniana y  misionera en Ecuador; Felisa García, religiosa de Nuestra Señora de Africa y misionera en Burundi;  Manoli Fraile, de las Misioneras de la Providencia y ejerciendo en Perú; Eugenia Rivas, Sierva de San José y misionera en Argentina; Nieves Fonseca, Carmelita en Brasil; Francisco Javier Olivera, sacerdote secular y misionero en Japón, China y Mongolia; Jose Luis Calvo, sacerdote secular y misionero en Perú. Les damos las gracias por su vida y testimonio y les decimos que se sientan en casa porque, como reza, el lema de este encuentro: “Todos somos enviados con ellos y en ellos”. Por ellos, por nuestros misioneros, nuestras Diócesis se agrandan y se abren verdaderamente a la catolicidad. Agradecemos, también, la presencia entre nosotros  de D. Juan Robles, y de D. Jose María Rodríguez Veleiro, Delegados de Misiones de Salamanca y de Ciudad Rodrigo, respectivamente. Gracias, también, a cuantos colaboráis más estrechamente con ellos. Y, también, un agradecimiento sincero a los familiares de nuestros misioneros que hoy están entre nosotros: a los padres de Belén, misionera Idente en México. A los padres de David, dominco en Singapur. A los padres de Luis Fran, agustino en Panamá. Y a la madre de Tere, comboniana en Ecuador y a los padres de Teresa y Chus, misioneras en India y Zambia. Decidles, cuando os comuniquéis con ellos, que han estado muy presentes en nuestra celebración.

En este hermosa mañana de convivencia os dedico algunas palabras del Papa Francisco, de su exhortación Evangelii Gaudium. En ella se nos habla de ser todos, tanto en nuestras iglesias diocesanas como allí donde se nos envíe, “evangelizadores con espíritu”. Quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria.

Damos un paso más, y nos atrevemos a preguntar al Santo Padre, ¿cómo son los verdaderos evangelizadores con espíritu? -Evangelizadores con Espíritu quiere decir, en primer lugar, evangelizadores que oran y trabajan y que han tenido experiencia de un encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva. La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido. Si no sentimos el intenso deseo de comunicar a Jesús, necesitamos orar mucho más para pedirle que vuelva a cautivarnos. No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón.

Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre (Ef1,6). Se trata de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su existencia (Jn15,8).

Para ser evangelizadores con espíritu, en segundo lugar, hace falta desarrollar el gusto espiritual de ser pueblo, de estar cerca de la vida de la gente. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia. Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo:

Si hablaba con alguien, miraba sus ojos con una profunda atención amorosa: « Jesús lo miró con cariño » (Mc 10,21). Lo vemos accesible cuando se acerca al ciego del camino (cf. Mc 10,46-52)y cuando come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2,16); sin importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11,19).Lo vemos disponible cuando deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc7,36-50); o cuando recibe de noche a Nicodemo (cf. Jn3,1-15).La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia.

Todo ello nos lleva a tocar las llagas de Jesús, su carne herida, la miseria humana. Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.

En tercer lugar, se nos pide, que seamos predicadores de la ternura y de la esperanza. No como enemigos que señalan y condenan. Se nos exhorta a tratar de vencer « el mal con el bien » (Rm12,21), sin cansarnos « de hacer el bien » (Ga 6,9) y sin pretender aparecer como superiores, sino « considerando a los demás como superiores a uno mismo » (Flp2,3).

En definitiva, hay que amar al hermano de verdad y en concreto porque cada persona es digna por sí misma; se trata de ser misionero en un pueblo y en una tierra concretos. Incluso allí donde vivimos ahora. La misión en el corazón no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es la esencia de mi ser y de mi vivir como cristiano.

Finalmente, ser evangelizador con espíritu, implica no rendirse ante las dificultades y los cansancios…

Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo, sediento de reconocimientos, aplausos, premios, puestos; entonces, uno ya no tiene garra, le falta resurrección, y el Evangelio queda sepultado debajo de muchas excusas. Por eso, hay que creer que el resucitado actúa siempre en nuestra vida, tener “sentido del misterio” y creer que el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad. Ese mismo Espíritu que hará hoy el milagro de convertir el Pan y el Vino en el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo. ¡Gracias, hermanos y hermanas, por vuestra entrega y generosidad misionera! No os canséis nunca de misionar con espíritu. Y, los que estáis en tierras lejanas, sentiros siempre  enviados por vuestras comunidades. ¡Os apoyaremos siempre! ¡Nos encomendamos a vuestra oración! ¡Muy unidos en la Eucaristía de cada día! Que la Virgen María, estrella de la evangelización, interceda por todos nosotros. Así sea.

 

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo