Homilía 31 de julio de 2013

En el Funeral de D. Agustín Herrero Durán, Parroquia de Fuenteguinaldo

Muy querido D. José, hermano obispo y amigo; queridos hermanos sacerdotes, especialmente los del curso de D. Agustín y quienes atendéis este Arciprestazgo del Águeda; muy  queridos familiares, especialmente  querida Cuñada, Rosalía, y queridos sobrinos; queridos todos, los de esta parroquia y los de aquellas a las que sirvió nuestro querido D. Agustín:

Ni era una obligación ni era una rutina: durante los últimos días, todos, como antes lo hice intermitentemente en el hospital y en la Residencia Sacerdotal, visité a D. Agustín en la Residencia de San José. Intercambiábamos unas breves palabras. Él, cuando podía, me correspondía con sonrisa y amabilidad. Pero algo era evidente y manifiesto: las fuerzas físicas y psíquicas le fallaban de día en día. Le hacía la señal de la cruz sobre la frente, queriéndole transmitir la fuerza y la salud de Jesucristo, de quien fue siempre un muy fiel y muy digno sacerdote y servidor. Ayer, muy temprano, recibía la llamada de la hermanita que le atendía. Antes de ir a San Felices de los Gallegos, estuve en su habitación. Me encontré con su sobrina quien, con ternura, en medio de su agonía final, le empapaba los labios con agua. Como un símbolo de un sacerdote que estaba esperando beber en las aguas que sacian la sed para siempre: las de la vida eterna. En verdad, y lo digo con todo mi corazón, podemos estar orgullosos de la vida, de la palabra y del testimonio de D. Agustín.

¡Cómo intuyó ya, el día 25 de Mayo, que estaba cercano su fin, justamente en la  presentación, en el obispado, del Libro “Encuentros”, del recordado sacerdote y poeta D. Jesús Nieto. En aquel día, D. Agustín, sacando fuerzas de la debilidad, y como en sus mejores tiempos de dramaturgo, se atrevió a regalarnos y a recitar el poema titulado “La muerte aceptada”. Lo hizo suyo, totalmente suyo. Decía así:

Algo que es vida de vida

cambiando en mí está por dentro.

Se muere esta vida mía

y otra nueva está naciendo.

Se han convertido en escombros

los castillos de otro tiempo.

Hay arrugas en el árbol

porque el árbol se hace viejo.

Son más cortas las palabras

y más largos los silencios.

Hago con calma el camino

y más pausados los rezos.

Me sobran ya muchas cosas

y voy descargando peso.

Vivo en mis horas la urgencia

de repartir lo que tengo.

Me duele el surco vacío

y las heridas que he abierto,

El pecar  de suficiencia

y el presumir de sincero.

Estoy limpiando la huerta

de hojarascas y de cieno.

Voy a sembrarla de pinos,

de violetas y romero.

Para aprender humildades

y el amor a lo pequeño,

voy a sembrar unas matas

de violetas en el centro.

Para ser el buen olor

de las gentes, el romero.

Y los pinos, cuando crezcan

me harán mirar más al cielo.

Algo que es vida de vida

cambiando en mí está por dentro…

¿Será ya la primavera?

¿Pasó, en verdad, el invierno?

¿Será una corazonada

o la Pascua del Encuentro?

Sí, D. Agustín, Ud. sabía que no era una corazonada sino la Pascua del Encuentro con ese Dios a quien amaste, en quien creíste y a quien serviste. Tu largo y fecundo ministerio sacerdotal nos habla de tu ordenación en el año 1956. Fuiste nombrado coadjutor de Fuenteguinaldo, ecónomo de Robledilla de Gata, párroco del Bodón  y de Fuentes de Oñoro, párroco de San Cristóbal de Ciudad Rodrigo y de San Pedro y San Isidoro de esta misma Ciudad. Además, fuiste Consiliario del Movimiento de Vida Ascendente y, en los últimos años, desde el año de tu jubilación en el 2008, animador espiritual de la Residencia Sacerdotal. No podemos olvidar, también, su dedicación a la Adoración Nocturna y a los grupos de pastoral matrimonial.

Aunque no lo necesitabas ni lo buscabas, Fuentes de Oñoro te dedicó una calle como reconocimiento a tu buen hacer. Y, entonces, manifestaste tu deseo de ser enterrado allí, junto a tu padre. ¡Gracias Agustín por tu vida! Hombre de Dios y hombre de nuestro tiempo. Fiel amigo de sus amigos, culto y artista. Con buen humor, siempre contemplando el lado positivo de las cosas. Poniendo paz y reconciliación por donde pasabas. Y, sobre todo, buen y entregado pastor, oliendo “a oveja”, como nos pide el Papa Francisco. Contemplando tu ministerio, una vez más y con sinceridad, tengo que repetir: “!Qué orgullosos debemos sentirnos del presbiterio de nuestra querida diócesis de Ciudad Rodrigo! ¡Qué buenos pastores han servido en ella!”.

Unas breves palabras para la familia de sangre de D. Agustín y para esa gran familia de la Casa Sacerdotal, en la que vivió los últimos años, sin olvidar la Residencia de San José. Gracias, sobrinos y familia de sangre, por el trato, cuidadísimo, atentísimo y generosísimo, que habéis otorgado siempre a D. Agustín. En verdad, habéis sido ejemplares y sin regatear esfuerzos. Agradecimiento que alargo hasta las Hermanas de Marta y María, de la Residencia Sacerdotal, y a  las Hermanitas de la Residencia de San José, cuyo ejemplo de caridad, en los últimos momentos supera todo lo humano. ¡Qué envidiable y gran vocación la vuestra! Y ¡Qué suerte para la Diócesis de Ciudad Rodrigo tener los dos Institutos!… Gracias a D. Tanis que ha sido como un ángel de la guarda.

Nada más. Siempre repito, en ocasiones similares, que el ser sacerdote no concluye ni siquiera con la muerte. A D. Agustín no le dejaremos en paz; le seguiremos molestando para pedirle que interceda y atienda por su familia y por quienes, en vida, le fueron encomendados por el Dueño de la Mies. También, a ese mismo Señor de la Llamada le pedimos nuevas y santas vocaciones sacerdotales. Nuestra querida Diócesis las necesita más que nunca.

Concluyo, como homenaje póstumo, sincero y cristiano, a D. Agustín, con los versos finales del poema “Sacerdocio”, de D. Jesús Nieto:

Sacerdocio… Un encuentro en la Misa…

Sacerdocio. Aceite que se gasta

         y grano que se pudre en el sendero.

         Sacerdocio. Morir en el camino sonriendo.

Que María, y su esposo San José, patrono de la Buena Muerte, hayan acogido en sus brazos a nuestro muy querido D. Agustín y le hayan presentado al Buen Pastor para escuchar de sus labios: “Ven, siervo bueno y fiel, a gozar ya para siempre del premio eterno”. Así sea. Amén.

                   + Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo