Homilía

San Cayetano

(Seminario, 26-11-2012)

Queridos hermanos sacerdotes, queridos profesores, alumnos,  padres, antiguos alumnos y trabajadores de nuestro Seminario:

Siempre, pero más en esta ocasión recién llegado de México, es una gran alegría compartir con esta gran familia del Seminario la Eucaristía en la fiesta de San Cayetano. Os traigo el saludo de cientos de seminaristas menores y mayores de aquellas tierras, donde el cristianismo es tan pujante y vivo. Me han prometido rezar por vosotros. Les corresponderemos.

No me detengo en las lecturas de hoy, que narran la vocación del profeta Jeremías. Sólo, como él, si el Señor te llame, no digas “soy un muchacho, soy muy joven”. Dios llama a cualquier edad. Y Él, como hemos proclamado en el Salmo, es el Pastor bueno que nos condice en nuestra vocación y en la vida. En cualquier caso, como nos viene pidiendo el Papa Benedicto XVI, en este Año de la Fe, pidamos con mucha fuerza al Dueño de la Mies, que envíe nuevas y santas vocaciones, según el corazón del Buen Pastor.

Nos centramos en la Fiesta de San Cayetano. El año pasado os conté la vida de nuestro patrón y el por qué esta casa lleva su nombre. Este año os hago otro regalo muy bonito: vamos a recordar algunas de las palabras que el Papa Benedicto XVI dirigió a los seminaristas de Roma, el 15 de febrero de este mismo año.

El Papa comenzó saludando a los seminaristas como “la Iglesia del  mañana; y la Iglesia que vive siempre”. Estamos en el Año de la Fe. Benedicto XVI recordó cómo, en muchas de las cartas de San Pablo, el apóstol daba gracias a Dios por la fe de las comunidades a las que visitaba y escribía. Hoy y aquí, con el Papa, me hago una pregunta: “¿Cómo se entiende la verdadera fe para un seminarista?” – Siguiendo las sugerencias de nuestro querido Santo Padre, por mi parte os recuerdo que la Fe cristiana no es creer en algo sino en Alguien: en Jesucristo, nuestro Señor. Y, si me preguntáis, como cualquier adolescente o joven, si estáis viviendo la fe auténtica, os señalo tres pistas: si hablas de tú a tú con Jesús, si éste te ha cambiado la vida, y si se tomas en serio la vida de comunidad, entonces tu Fe está en el buen camino y es auténtica.

Pero aún hay más: San Pablo, desde la Fe,  nos exhorta a  «Ofrecer nuestros cuerpos, nuestras vidas,  en favor de los demás” (Rom 1,1).  Así como Cristo se ofreció a sí mismo por ti, tú tienes que unirte a Él y ofrecerte por los demás. A esto llama el Papa ser “liturgias vivas”. También Juan Pablo II hablaba de “eucaristías vivientes o existenciales”. Precisamente otorgó ese título a María, nuestra Madre. Entonces, si lo vivimos así, “toda” nuestra vida, y “todo” en nuestra vida, tendría sentido: lo pequeño y lo grande. ¡Qué grandeza!

El Papa, que pisa tierra, además nos advierte, siguiendo al Apóstol Pablo, que no nos “amoldemos a este mundo”. Es decir, que vivamos en el mundo, sin ser mundanos. Es una llamada de atención en varias direcciones: a preguntarnos qué hacemos con lo mucho o poco que administramos en cuanto a los bienes materiales; además,  qué buscamos en la vida como los más importante o, incluso, si hemos caído en la tiranía del qué dirán o estamos enredados en la “opinión pública”, a través de las redes y otras tecnologías de comunicación. Tenemos que tener personalidad y dominio de nosotros mismos. Y criterio propio para juzgar las cosas. ¡Qué importante es el estudio serio de las cosas! No perdáis el tiempo en lo superficial. Pensad, queridos seminaristas, por vosotros mismos. Y, siempre con una brújula: puestos los ojos y el corazón en Jesús, el Buen Pastor, el Amigo de verdad.

En resumen, queridos todos, pero especialmente queridos seminaristas: a imitación de San Cayetano, no tengáis miedo a ser libres, con la libertad que nace de ser discípulos de Jesús e hijos de Dios; además, tomaros muy en serio el estudio y la oración. Y, siempre, siempre, vivid la fraternidad. Os digo, por experiencia propia, que los años de seminario, que no volverán, siempre se recuerdan con mucho cariño. No defraudéis a vuestros padres, a vuestros formadores, pero sobre todo a Jesús y a la Iglesia. Jesús y la Iglesia esperamos mucho de vosotros.

¡Qué alegría saber que, dentro de unos días, ordenaremos a Chema! Merece la pena dar la vida para ser sacerdotes de Jesucristo.

Que la Virgen nuestra madre, nos conceda alegría y ganas de luchar y de seguir adelante a pesar de la crisis y de las negatividades que, a veces, vemos y escuchamos a nuestro alrededor. Que así sea. Muchas gracias.

         + Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo