Virgen del Pilar (Parroquia de San Cristóbal)

Raúl Berzosa: «Bienaventurado el servidor público que cada día vive su misión como una verdadera vocación y hace posible el «arte noble y difícil” de servir a todos»

El obispo durante la celebración en la Iglesia de San Cristóbal.

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente los hijos de Guardias Civiles; queridos mandos y miembros de la Guardia Civil; queridas consagradas; queridas autoridades; queridos todos:

Un año más, el Señor de los todos los dones, y la Bendita Madre de su Hijo, bajo la advocación del Pilar, nos han congregado en este templo para celebrar la Eucaristía, que cobra un triple sentido: acción de gracias, alimento para seguir caminando, y oración-sufragio por nuestros difuntos, especialmente por los miembros del Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil.

No voy a detenerme en glosar ni desarrollar el rico contenido de la Palabra de Dios que la liturgia de hoy nos ha ofrecido. En la Primera Lectura se habla del “Arca de Dios”, que es figura de la presencia de María La Virgen entre nosotros; en el Salmo 26, hemos repetido que “el Señor es columna para nosotros”, como María lo sigue siendo. Y, en el Evangelio, Jesucristo vuelve a llamar “dichosa” a quien le llevó en sus entrañas y le dio a luz. .En verdad, podemos volver a exclamar, ¡Qué suerte tuvimos los católicos españoles con los cimientos de nuestra fe: nada más y nada menos que el Apóstol Santiago y la misma Virgen del Pilar!

Cambio de tercio en mis palabras. Estamos viviendo momentos históricos, sociales, económicos, y políticos muy delicados. Todos estamos implicados, de una u otra manera y, por lo mismo, todos somos corresponsables. Permitidme que, un año más, me dirija a los miembros de la Guardia Civil, que celebran a su Patrona. Delante de la Virgen del Pilar, me atrevo a formular una pregunta: “¿Cómo tiene que ser un servidor público, aquí y ahora, en este momento crucial para la historia de esta rica realidad que llamamos “España”?”… – Lógicamente, mi respuesta no será política sino ética y espiritual, buscando el bien común, como corresponde a un pastor de la Iglesia. Lo resumo en forma de Decálogo:

  1. Bienaventurado el servidor público que tiene una profunda y elevada conciencia de su misión: la de estar al servicio del bien común y de la legitimidad, y no de intereses particulares o de grupos y lobbys de poder.
  2. Bienaventurado el servidor público que cada día vive su misión como una verdadera vocación y hace posible el «arte noble y difícil” de servir a todos.
  3. Bienaventurado el servidor público que se gana, cada día, el respeto de la ciudadanía, y cuya persona y personalidad reflejan credibilidad por cumplir siempre con esmero lo que las leyes y el honor le reclaman.
  4. Bienaventurado el servidor público que es fiel a sus compromisos profesionales y coherente con sus palabras y sus acciones.
  5. Bienaventurado el servidor público que busca, como afirma el Papa Francisco, más “los procesos que los espacios de poder”; más “la realidad que la ideología”; más “la unidad que el conflicto”; y más “el bien total que el favoritismo de las partes”.
  6. Bienaventurado el servidor público que sabe leer los “signos de los tiempos, los “cambios sociales relevantes”, y se compromete a hacer posible un sociedad más justa, más solidaria, más igualitaria y más fraterna.
  7. Bienaventurado el servidor público que es firme en sus convicciones y sabe actuar con eficacia, pero a la vez tiene capacidad de escucha para buscar la verdad.
  8. Bienaventurado el servidor público que no tiene miedo a los poderosos, ni a las críticas que reciba de otros por cumplir con rectitud y generosidad su misión.
  9. Bienaventurado el servidor público que siempre actúa en el marco de la legalidad, sin arbitrariedades y sin interpretar las normas de forma meramente subjetiva.
  10. Finalmente, Bienaventurado el servidor público que sabe colaborar con otros, trabajando en equipo, sin narcisismos ni protagonismos que impiden el bien de los suyos y el bien de todos.

 

Alguno de los presentes puede pensar: “¿Y qué actitudes concretas necesitamos para que se cumpla el decálogo que hemos escuchado?”… – Me atrevo a responder a esta pregunta, glosando y actualizando lo que ya se escribió en un sugerente manuscrito de la edad media.

En esta ocasión, aplicándolo a los miembros del Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil:

  • Un Guardia Civil debe ser muy grande y, a la vez, muy humilde.

 

  • De espíritu noble como si llevara sangre real y, a la vez, sencillo como un labrador.

 

  • Tendiendo a la perfección en el cumplimiento de su deber y, a la vez, sintiéndose débil por no dar siempre la talla.

 

  • Señor de sus propios deseos y, a la vez, servidor de los pequeños y vacilantes.

 

  • Alguien que no se doblega ante los poderosos y, a la vez, sí se inclina ante quien lo necesita.

 

  • Dócil discípulo de sus maestros y, a la vez, emprendedor y creativo en sus tareas.

 

  • Mendigo de manos suplicantes y, a la vez, generoso y eficaz para defender el bien común.

 

  • Valiente soldado en el campo de batalla de su deber cotidiano y, a la vez, comportarse como una madre en la cabecera de los heridos y de los sufrientes.

 

  • Anciano por la prudencia de sus consejos y, a la vez, niño que confía en los demás.

 

  • Alguien que aspira a lo más alto en la vida y, a la vez, amante de lo más pequeño.

 

  • Hecho para la alegría y, a la vez, acostumbrado al sacrificio y al sufrimiento.

 

  • Ajeno a la envidia y a los celos y, a la vez, transparente en sus pensamientos y acciones.

 

  • Sincero en sus palabras y, a la vez, amigo de la verdad, de la paz y de la justicia.

 

  • Enemigo de la pereza y de las rutinas y, a la vez, incansable y generoso cumplidor de sus deberes y de su misión cívico-social, aunque le cueste la vida.

 

Hasta aquí el contenido del manuscrito que, con mucho humor y realismo, concluye: “Un Guardia Civil debe ser, en resumen, alguien totalmente diferente a como yo soy en muchas ocasiones”. Pero, añado, “sí nos gustaría ser como nos ha recordado el manuscrito”, aunque supere nuestras fuerzas y siempre con la ayuda de los compañeros y de la Santísima Virgen, nuestra Madre. Así lo pedimos.

Al mismo tiempo encomendamos, a nuestra Señora del Pilar, a nuestras familias, a quienes están, en estos momentos, en misiones más delicadas y difíciles; también a nuestros enfermos y, especialmente, a nuestros difuntos, sobre todo a quienes dieron su vida en el noble campo de batalla del honor y del servicio cotidianos. A todos, y a los presentes, la bendición del Señor y de nuestra Patrona del Pilar. Gracias por vuestra participación en esta Eucaristía.

 

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo