Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Raúl Berzosa: «Desde el Hijo, María es expresión perfecta de la redención operada por Cristo y, además, es mediadora de dicha redención»

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente los miembros del Cabildo, queridas consagradas, queridos todos:

La solemnidad de la Inmaculada, para los católicos, es una fiesta muy  grande y muy querida. Pero no así para otros cristianos; nos critican que los católicos celebramos un dogma “muy arriesgado y no basado en la Sagrada Escritura, ya que coloca a María fuera de la historia de la Salvación de Jesucristo, como una especie de super-santa”.

Y, sin embargo, gracias al Pueblo de Dios y a su sensus fidei (sentido de fe), se formuló el dogma de la Inmaculada. El Vaticano II (DV 8) señaló tres corrientes o fuerzas por las que crecen los dogmas: la inteligencia de la tradición viva y oral; la profundización teológica y espiritual de las verdades de fe; y la predicación oficial del magisterio”.  En resumen, los dogmas crecen por la fe popular, la reflexión teología, y el desarrollo del magisterio episcopal. Todo esto se ha dado en el caso de la Virgen Inmaculada.

No fue fácil: en el s. VII se habla ya, en las Iglesias de Oriente, de la “Concepción de Santa Ana, la madre de la Virgen”, y se celebrababa el 9 de diciembre. En el s. IX, en Inglaterra, ya se celebraba, el 8 de diciembre, “la concepción inmaculada de la Virgen”. Se olvidó en los siguientes siglos, hasta que en los siglos XIV y XV volvió a celebrarse. Tiene su culminación en el s. XIX-XX, con motivo de las apariciones de Fátima y Lourdes.

La fundamentación en la Escritura, mira, primero, al Antiguo Testamento: María es la nueva Eva y la madre de la nueva creación; es símbolo y figura de la nueva Jerusalén y de la nueva Sión; es morada de Dios como el Templo judío; es la esposa de la que tanto habla la Escritura; es la liberada de toda atadura de pecado; es gloriosa y sin macha; y es pre-anuncio del futuro que nos espera.

Si nos centramos en el Nuevo Testamento, y desde una teología trinitaria, la Virgen Inmaculada, al ser contemplada desde Dios Padre es signo y sacramento del amor gratuito del Padre. Manifiesta la absoluta iniciativa del Padre y pone de relieve que, desde el comienzo de su existencia, María estuvo envuelta en el Amor infinito y eterno de Dios.

Desde el Hijo, María es expresión perfecta de la redención operada por Cristo. Y, además, es mediadora de dicha redención. Recordamos lo que significa la luna en sus pies: cuando está hacia arriba, todas las gracias del Sol-Cristo, van hacia ella (es kejaritomene, la llena de gracia); cuando está la luna hacia abajo, es mediadora, nos devuelve las gracias del sol-Cristo.

Desde el Espíritu Santo, la Virgen es morada y templo de Dios, nueva creación, carne ungida y glorificada por el mismo Dios.

En resumen, María Inmaculada es el comienzo de algo totalmente nuevo, animado y fecundado por el Espíritu Santo, y que hace nuevas todas las cosas. Es el fruto no envenenado por la serpiente, el cielo o paraíso en el tiempo, la primavera cuya flor no se marchitará nunca, símbolo de la Iglesia triunfante.

¿Sigue siendo válido hoy el dogma de la Inmaculada? – Sí, porque no se separa de nuestra humanidad, y es como una brújula: nos orienta de dónde venimos y hacia dónde vamos. Es modelo de peregrinaje en la fe, con nuestras dudas y certezas, con la cruz y la gloria. Es la prueba y certeza de que el mal y la muerte no tienen la última palabra.

Aún subrayo más por lo que sigue siendo actual  y, viene a ser modo de resumen, de lo que celebramos en esta Liturgia de la Inmaculada:

  • La Virgen es Alabanza a Dios, ante todo, por su plan de creación-salvación: desde el primer Adán al Segundo y más perfecto Adán (Jesucristo); de la primera Eva-a la segunda y más perfecta Eva y Madre de los Vivientes (María, la siempre Virgen).
  • La Inmaculada es el triunfo de la humanidad sobre el pecado y la muerte, gracias a Jesucristo.
  • La Inmaculada es el modelo y estilo de vida que debemos llevar, a saber: como María, vivir siempre desde la fe y el amor, con alegría y esperanza, con una vida de gracia, siendo servidores unos de otros, y haciendo posible la lucha por una nueva humanidad.

 

Finalizo. No se entiende la Inmaculada sin Jesucristo y sin la obra del Espíritu Santo; como no se entiende la Eucaristía sin la centralidad de Jesucristo Sacramentado y la gracia del Espíritu. Pidamos al Hijo de María, Jesús, y al Espíritu que hará posible el milagro de la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús, que nos ayude a transformar los ojos y el corazón carnal en ojos y corazón espiritual para poder redescubrir, gozar y vivir el gran Misterio de la Inmaculada. Así sea.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo