Funeral don José Durán (Lumbrales)

Raúl Berzosa: «Su muerte repentina e imprevisible nos volvió a hacer sentir que estamos viviendo como peregrinos y que, a veces, ni siquiera tenemos tiempo para decir “adiós” a nuestros seres más queridos»

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente los de este Arciprestazgo de Abadengo; queridos familiares de D. José: Emilia, Germán, sobrinos y demás familia; queridas consagradas; queridos representantes de la Diócesis de Toledo; queridos todos:

Al poco tiempo de llegar a Ciudad Rodrigo, tras presidir la Misa Funeral por D. José Encinas, en Fuenteliante, recibí la llamada de D. Andrés: “D. Raúl, es el primero al que llamo… No se asuste: hemos encontrado muerto en su casa a D. José”. Las palabras se ahogaban por la tristeza. Inmediatamente llamé a los Vicarios para hacérselo saber, y D. Tomás y un servidor nos pusimos en camino a Lumbrales. Su familia ya estaba avisada y en camino desde Madrid.

Al entrar en la vivienda de D. José encontramos a los hermanos sacerdotes D. Andrés, D. Antonio y D. Martín, en compañía de otras personas. Juntos, ante el cadáver de D. José, rezamos un sentido responso, encomendándole de forma muy especial a la Virgen. Era sábado. A partir de aquí, la noticia se la comunicamos a los presbíteros. Debo decir que para el actual párroco de San Esteban, D. Anselmo, el impacto fue muy acusado. Traté consolé: “Tenemos que estar preparados; nunca sabemos ni el momento ni la hora de partir al cielo. Reza por D. José y hazlo con los fieles de tu parroquia. Se había jubilado y el Señor lo ha tomado en serio: le quería como jubilado para siempre con Él”.

        Es verdad que el fallecimiento de D. José ha sido inesperado y temprano tras su jubilación de párroco: apenas cuatro meses. Pero su vida ha sido, en los 76 años de existencia, muy intensa. Me permito recordar algunos datos. D. José nació en Lumbrales el día 3 de febrero de 1941, y se ordenó sacerdote en la Diócesis de Ciudad Rodrigo el 11 de Julio de 1965. Se incardinó en Toledo. En aquella Diócesis, según palabras del Cardenal Francisco Alvarez, Arzobispo de Toledo, “desempeñó con celo y provechosa dedicación los cargos de Coadjutor de la parroquia de Miguel Esteban y párroco de La Torre de Esteban Hambrán y Madridejos”. Y, también con palabras de D. Rafael Palmero, entonces Obispo Auxiliar de Toledo, “la conducta de D. José fue en todo momento digna y ejemplar y, su apostolado y su ejemplo, verdaderamente edificantes; con cualidades para la catequesis”.

Regresó a la Diócesis civitatense en 1992; según sus propias palabras, sobretodo “por razones familiares”. Fue incardinado en Ciudad Rodrigo el 22 de Enero de 1996. Ejerció como Párroco de Villasbuenas, El Milano, Anaya de Huebra y Abusejo (desde 1992). Como Administrador Parroquial de Valderrodrigo, Barceo y Barceino (desde 1995). Como Párroco de San Esteban de la Fuente, Párroco de Santa Olalla de Yentes, y Administrador parroquial de Muñoz (desde 1998). Fue nombrado miembro de la Delegación de Catequesis, en 1992. Y sirvió como Arcipreste del Campo Charro, y miembro del Consejo Presbiteral. Pasó a ser emérito, y colaborador en el Arciprestazgo de Abadengo, desde el mes Octubre del año 2016.

Hasta aquí algunos datos que resumen muy superficialmente toda una vida gastada en el ministerio sacerdotal. Un sacerdote abierto y familiar, de buen carácter y piadoso, amante del Sacramento de la Eucaristía, buen compañero y, como catequeta, inquieto ante los nuevos retos para transmitir la fe en estos momentos socio-culturales nada fáciles. Su muerte repentina e imprevisible nos volvió a hacer sentir que estamos viviendo como peregrinos y que, a veces, ni siquiera tenemos tiempo para decir “adiós” a nuestros seres más queridos.

Pero, en estos momentos de dolor, viene en nuestra ayuda la Palabra de Dios, llena de esperanza. Hemos escuchado en la primera lectura de la Carta a los Romanos: “Si vivimos, vivimos para Dios; si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte somos de Dios”. En el Salmo Responsorial hemos cantado, con fe, que el “Señor es nuestro Pastor” y nos conduce incluso por cañadas oscuras y dificultades por donde sólos no podríamos caminar. Finalmente, en el Evangelio, se nos invitaba a ser como “las vírgenes sensatas”, siempre en vela y preparados a recibir al Esposo, llegue cuando llegue y en las circunstancias, a veces imprevisibles, que nos envuelvan.

No deseo alargarme más. Es obligado, y lo hago con gusto, repetir lo que, una y otra vez, solicito a los sacerdotes que han partido a la Casa del Padre: que sigan intercediendo al Dueño de la Mies para que nos envíe nuevas y santas vocaciones. Seguro que en D. José tendremos un decidido intercesor.

Un último capítulo de sincero agradecimiento a la Diócesis de Toledo, que un día acogió generosamente al joven sacerdote D. José y lo modeló como buen pastor. Gracias a los hermanos sacerdotes de nuestra Diócesis que trabajásteis mano a mano con D. José. Especialmente, en estos últimos tiempos, gracias a los que servís los arciprestazgos de Campo Charro y Abadengo. Gracias a la familia de sangre de D. José. No estéis tristes. D. José no se ha perdido para siempre. Seguiréis sintiendo su presencia de mil formas y en muchos momentos. Es el realismo de la Comunión de los Santos, en la que creemos de verdad. Gracias a todos los presentes, amigos y vecinos de D. José, por vuestras oraciones y, sobre todo, por vuestro testimonio de fe en la resurrección. Seguid rezando por él y, a la vez, seguir encomendándoos a él. Necesita de nuestros sufragios y oraciones para poder ser intercesor ante el Señor por todos los que continuamos peregrinando en este primer mundo.

Que el Espíritu Santo, tantas veces invocado y celebrado por D. José en la administración de los Sacramentos, nos inunde de fe y de esperanza. Pedimos al Padre Bueno y Misericordioso que D. José, libre ya de toda culpa y mancha de pecado, participe de la alegría eterna de la Virgen, Madre de los Sacerdotes, y todos los santos sacerdotes, toledanos y civitatenses. Que sepamos consolarnos con palabras de fe y de esperanza cristianas, y que en el cielo nos veamos todos. Amén.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo