Homilía en el Monasterio de Guadalupe

Raúl Berzosa, VESTIR AL DESNUDO Y ACOGER AL FORASTERO

 

Queridos hermanos sacerdotes Franciscanos, queridos consagrados y consagradas, queridos todos:

Doy gracias sinceras por poder celebrar en este lugar mariano, en el Año Jubilar de la Misericordia. Se me ha asignado, como motivo de predicación, desarrollar brevemente dos obras de misericordia: “Vestir al desnudo y acoger al forastero”.

1.- Vestir al desnudo: Afirma la Escritura: “Estaba desnudo y me vestísteis” (Mt 25,34). Decían los santos padres, de los siglos II-III, que la ropa y los zapatos de quienes van descalzos y desnudos están en tu armario. La comida de quien pasa hambre, en tu nevera. El dinero de quien nadie tiene, en la cuenta de tu banco. Esta obra de misericordia tiene otra dimensión social: a veces conscientemente, y otras sin quererlo ni saberlo, estamos contribuyendo con nuestros hábitos injustos y consumistas a la pobreza de personas y naciones. Son los “engaños” a pequeña o gran escala que hacemos con nuestro dinero cuando no nos sometemos a las normas legales o “trampeamos” buscando no pagar impuestos. Lo que tú das, repercute en bien social de servicios; lo que no das, impide la atención de personas y colectivos.

A propósito de esta obra de misericordia, recuerdo el encuentro con un sacerdote en su domicilio donde me dí cuenta de que no había “calor” ni “adornos materiales” en paredes y estanterías, sino que su armario ropero estaba prácticamente vacío. Pensé que hubiera llevado la ropa a la lavandería o a algún familiar… Pero fueron los feligreses quienes me contaron “el secreto”: aquel sacerdote sólo tenía la ropa diario de vestir. De la misma manera que en su casa no había llaves, porque siempre estaba abierta, y ni tampoco sobraba comida porque quien lo necesitaba iba a por lo poco o mucho que podía ofrecer, la ropa la donaba a quien veía necesitado. En el colmo de las anécdotas me contaron que un día dio su pantalón en plena calle a un mendigo… ¡Menos mal que era invierno y llevaba una gabardina puesta hasta llegar a su casa!…

Esta obras de misericordia, en su literalidad, me recuerda otras dos realidades: una real y, la otra, en forma de parábola. La real, que trata de lo físico, me transporta hasta el Vicariato de Aguarico, en Ecuador, donde pude comprobar, todavía en el año 2005, que algunas tribus sobrevivían con alimentos elementales, sin conocer siquiera el metal, y fue para ellos todo un “descubrimiento” el pan de la Eucaristía y de la Palabra de Dios, junto a la obra del Espíritu. Y, la parábola, me sumerge en la niñez. Un día de Reyes, recibí un libro de cuentos. En él se narraba cómo, en la Noche de Navidad, una castañera pobre regaló a los mendicantes y hambrientos todas sus castañas asadas. ¡No reparó que, al día siguiente, no tendría nada que vender ni qué comer! Por la noche, mientras dormía, los ángeles repusieron su saco de castañas y el horno donde la asaba… Es una constante en la vida: la Providencia prevé el pan de cada día, cuando nosotros ponemos todo el esfuerzo de nuestra parte y, al mismo tiempo, somos generosos. Lo afirma el Padre Nuestro: “Danos el pan que necesitamos para cada día”. Aún hoy, me impresiona, cómo existen Institutos de vida consagrada que “viven al día” de las limosnas recibidas. Y, otros institutos y órdenes, al final del año reparten lo “sobrante”. Mucho o poco, con otros más necesitados que ellos.

2.- Acoger al forastero: Afirma la Escritura: “¿Si amáis a los que os aman, y a los vuestros, qué mérito tenéis?… También lo hacen los publicanos” (Mt 5,46). Acoger forasteros y diferentes a nosotros, por gratuidad y llegados de cerca o de lejos, no es fácil hoy. En unos casos, tenemos miedo a que nos quiten o mermen nuestros derechos como ciudadanos “de primera”. Y, en otros casos, a que se repitan experiencias y acontecimientos violentos y dramáticos. Y, sin embargo, todos tenemos la misma dignidad de hijos de Dios y todos somos hermanos en Jesucristo. ¡El forastero es mi hermano! ¡No es casualidad que seamos casi 8.000 millones de personas en el mundo del siglo XXI. Unos para otros tenemos responsabilidades de amarnos y cuidarnos! Como expresa el Papa Francisco: “Toda persona pertenece a la humanidad y comparte con la familia entera de los pueblos la esperanza de un futuro mejor”.

La CEE ha publicado recientemente el documento “Iglesia, servidora de los pobres”. En el n. 9 habla de un doble aspecto de los inmigrantes, como dos caras de una misma moneda: por un lado, lo negativo: ver a los inmigrantes como pobres, inferiores, amenaza, marabunda, mano de obra barata, invasores., etc… Es una mirada racista y xenófoba. Por otro lado, lo positivo, es contemplarlos como enriquecimiento social, cultural y religioso. En una sociedad. Cada vez más multiétnica, intercultural y plurireligiosa.

Esta obra de misericordia me recuerda lo sucedido en Ponce (Puerto Rico). Una mañana, viajando en coche hacia la Universidad Católica, al detenerme en un semáforo, un mendicante golpeó mi ventanilla. Le hice saber que no llevaba dinero encima y que no podía darle una limosna. Continuó golpeando. Abrí mi ventanilla y me dijo, con tono amable: “Padre, si no quiere o no me puede dar algo, no lo haga; pero, al menos, dígame Buenos días nos dé Dios y deme, por favor, su bendición, que tengo la misma dignidad que Usted”. En verdad, me acordé del Apóstol Pablo: “En Cristo, no hay libres ni esclavos, creyentes y no creyentes, griegos o judíos, hombres o mujeres”… ¡Todos somos una misma familia, hijos de un mismo Padre y hermanos de Jesucristo, el Señor!

        Es cierto que la situación global ha empeorado por el tema del terrorismo… o por querer solucionar problemas nuestros (como la despoblación o el traer religiosas de otros países). Pero no son “mascotas”, son personas. Se nos pide responsabilidad y colaborar con otras instituciones “civiles”. La iglesia pone, ante las administraciones públicas, sus recursos humanos y materiales. Con una respuesta generosa, humanitaria, coordinada e integral. ¡Esta es la brújula!

Concluyo con lo que el Papa Francisco nos viene recordando sobre los migrantes:

1.- Pienso en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. Pienso en aquellos que, una vez llegados a su destino, después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles. Sí, pienso “en el trabajo esclavo” (Mensaje 1-1-2015).

2.- La realidad de las migraciones, con las dimensiones que alcanza en nuestra época de globalización, pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, y exige en primer lugar una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión (Mensaje, 5-8-2013)

3.- Cada migrante y refugiado lleva consigo una historia, una cultura, valores preciosos; y, a menudo, lamentablemente también experiencias de miseria, de opresión y de miedo. ¡No podemos robarles la esperanza ni la alegría de vivir! (Angelus, 16-1-2016)

4.- La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos, como espectadores, a los muertos por sofocamiento, penurias, violencias o naufragios. Sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea sólo una vida (Mensaje, 17-1-2016)

5.- Los emigrantes son nuestros hermanos y hermanas que buscan una vida mejor lejos de la pobreza, del hambre, de la explotación y de la injusta distribución de los recursos del planeta, que deberían ser divididos ecuánimamente entre todos (Mensaje, 17-1-2016)

6.-Este drama de la inmigración debe ser afrontado no con la lógica de la indiferencia, sino con la lógica de la hospitalidad y el compartir, con el fin de tutelar y promover la dignidad y la centralidad de todo ser humano (Mensaje, 23-6-2014)

7.- Aliento a las comunidades cristianas y a toda persona de buena voluntad a seguir inclinándose hacia quien tiene necesidad para tenderle la mano, sin cálculos, sin tenores, con ternura y comprensión. Deseo al mismo tiempo que las instituciones competentes, especialmente a nivel europeo, sean más valientes y generosas en la ayuda a los refugiados (Mensaje, 23-6-2014)

Finalizo con esta llamada a Europa del Papa Francisco: Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida. Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio. Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte. Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable. Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía (Discurso del Papa Francisco al recibir el Premio Carlomagno, 6-5-2016).

Concluyo con una convicción: cambiemos corazones para cambiar estructuras. ¡Como María, la Virgen, hagamos de nuestro corazón, y de nuestra entera persona, tierra de acogida y de hospitalidad! ¡Santa María del Consuelo, ruega por nosotros!

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo