Día del Seminario

DSC_0425Raúl Berzosa: «El presbítero es un “siervo de amor”, es un “capitán del castillo interior o de la ciudad de Dios»

Queridos hermanos sacerdotes, queridos seminaristas, queridas consagradas, queridos todos:

Celebramos el día del Seminario, de nuestro Seminario. Con motivo de San José, nuestro patrono, este año, el Papa Francisco, nos ha sugerido un tema muy teresiano: “Señor, ¿Qué mándáis hacer de mí?”… En resumen, se trata de dejarnos mirar por el Señor, como Santa Teresa, y escuchar qué quiere de nosotros, especialmente de los sacerdotes. Permitidme unas breves reflexiones a la luz de la figura de Santa Teresa y de San José.

        Desde la vida de Santa Teresa de Avila, redescubrimos que el presbítero es un “siervo de amor”, es un “capitán del castillo interior o de la ciudad de Dios”. Pero para vivir todo ello, con realismo, y no en teoría, tiene que “experimentar el espíritu de la verdadera pobreza, en dos dimensiones: llenarse de Dios y estar muy cerca de los sufrientes y de los pobres”. En cierta manera, San José, como nos ha recordado muchas veces el Papa Francisco, va “delante, en medio, y detrás del Pueblo de Dios”, como tienen que hacer los verdaderos pastores.

Además, como es bien conocido, Santa Teresa profesó una gran devoción a San José, a quien Dios le confió el cuidado del primer y verdadero sacerdote, Jesucristo, nuestro Señor, y  de cuidar de su esposa, María, la Virgen. La Santa de Avila nos recuerda que la figura de San José sigue siendo actual.

San José es el intercesor privilegiado de las vocaciones. En todas las porterías de los carmelos, está la imagen de San José. Al hilo de esto último, San José nos habla de una paternidad que no es solamente biológica, sino  espiritual y universal. Una paternidad como la que expresaba el apóstol Pablo: “Yo os he engendrado por el Evangelio en Cristo Jesús”. A ello estamos llamados los presbíteros.

En resumen, para Santa Teresa, San José fue el hombre que más cerca estuvo de Jesucristo y de la Virgen María. Es un ejemplo de entrega en las manos de Dios; de fiarse siempre de Dios. Y cuando uno se fía de Dios, por muchas dificultades que vengan, jamás deja de brillar la luz de la esperanza. Hoy, San José está junto a Jesús  y María en el cielo y, como decía santa Teresa, no puede “haber cosa que desee y que lo nieguen”.

Nos centramos, también y brevemente, en las lecturas de este quinto domingo de Cuaresma. En la primera lectura, tomada del libro de Jeremías, se nos narra cómo Dios hizo una alianza nueva capaz de perdonar todos los pecados. Una alianza grabada en el corazón de los hombres. Por eso, con el Salmo 50, hemos pedido “que Dios cree en nosotros un corazón puro”. Quien tiene muy dentro el Espíritu de Dios y, por ello, un corazón sincero como San José, es capaz de hacer realidad lo leído hoy en la Carta a los Hebreos: “Aprendió a obedecer para convertirse en autor de salvación eterna”. Obedecer es, para el sacerdote y para todo cristiano, vivir con una vida expropiada, como se nos pedía en el Evangelio de San Juan: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da mucho fruto”.

        En resumen, al hilo de las lecturas de hoy y de la vida de San José y de de Santa Teresa, descubrimos cómo tiene que ser y vivir el sacerdote de hoy y de siempre, resumido en estos versos de la santa abulense, y que recuerdan el lema de este Día del Seminario 2015:

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?                                               Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

Que el Espíritu Santo nos lo conceda; el que convertirá el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor. Ponemos por intercesores a San José y a Santa Teresa y pedimos por todos los sacerdotes, especialmente los más enfermos y necesitados, y para que el Señor nos conceda nuevas y santas vocaciones. Os recuerdo que, en el Seminario Menor diocesano hay 35 chavales estudiando y, en Salamanca, tenemos dos seminaristas mayores. Pedid por ellos y por los formadores. Para que sepan acertar en su delicada tarea. Muchas gracias también por vuestra ayuda material. Que el Señor os bendiga.

+Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo